martes, 19 de abril de 2011

Delicadas

Los médicos deberían tener la facultad de recetar los espectáculos de Alfredo Sanzol como tratamiento terapéutico. Incluso no sería necesario prescribir un espectáculo completo: pildoras como la escena en que una mujer reprocha a su pareja su cobardía ante la vida a causa de la muerte de un perro son más efectivas que cualquier dieta a base de prozac. Y además, al final el perro ladra.

En esta ocasión Sanzol no ha escrito Delicadas para su compañía habitual, pero la conjunción con T de Teatre no ha salido nada mal. Las propuestas del director suelen ser difíciles para los actores sobre todo en dos aspectos: sus largos desahogos son además dichos a la velocidad de la luz, y con que una sola palabra falle, todo el artefacto se viene abajo. Pero es que además la multiplicación de personajes hace que en muchos momentos los actores tengan que cambiar de tono y de caracteriazación en medio segundo. Eso sí, cuando los intérpretes son los adecuados, como es el caso, estos retos hacen que brillen con más intensidad.

Quizá la actriz más aplaudida de la función fue Carme Pla, además de por su antológico momento de vitalidad ante las desgracias, por su narración de la historia de Margarita, la fresca del pueblo. Una historia de pueblo de las de toda la vida, contada con gracia y la gestualidad justa. Pero si a nosotros nos obligaran a elegir, nos quedaríamos con Marta Pérez. Su primera escena, elogio de la palangana frente a la ducha, ya da el tono de lo que vamos a ver. Y su arrebato contra el soldado que pide a su novia una foto de ella desnuda mantiene un equilibrio trepidante muy difícil de sujetar. La novia es la también estupenda Àgata Roca, quien con Mamen Duch (memorable su sketch sobre la pintora de rosas) completa la parte femenina, ajustada hasta el menor detalle. En una obra así, parece que los dos actores están en desventaja, pero tanto Jordi Rico (uno de los mejores momentos de la representación es su ensayo de platillos) como Albert Ribalta saben estar a la altura.

Quizá no sean los mejores tiempos para que la Seguridad Social subvencione espectáculos de este tipo, pero con poder ver una obra de Sanzol cada seis meses, ya nos iríamos conformando.