¿Cuántas
vocaciones teatrales habrá despertado Cyrano de Bergerac?
El propio Oriol Broggi, en su comentario a este montaje, recuerda
cómo la mítica versión de Flotats le acercó al mundo de las
tablas. Y es que ya desde su arrollador inicio resulta muy difícil,
incluso para el espectador menos rodado (o incluso todavía más para
él) resistirse al empuje de un personaje arrebatador.
Precisamente.
Cyrano es un personaje bombón, nadie lo duda, pero puede ser un
bombón envenenado. Porque además de otros referentes teatrales, en
este caso también se puede comprobar fácilmente lo que con él
hicieron José Ferrer, Steve Martin (esta mención puede sonar a
boutade,
pero somos grandes admiradores de Roxanne) o, sobre todo, Gerard
Depardieu. Pero es ver a Pere Arquillué en escena y olvidarte de
todo lo demás. Después de ver su derroche de talento en ¿Quién teme a Virginia Woolf?
sabíamos que podía hacer frente a cualquier reto, pero es que aquí
se supera a sí mismo. Si en este modesto blog diéramos premios, sin
duda Arquillué se llevaría el de mejor intérprete masculino del
año por aclamación y por partida doble.
Por
otra parte, si el trabajo de Arquillué es de los que se quedan
grabados, el resto del reparto no desmerece. Marta Betriu ofrece una
Roxana al principio algo distante, pero que va adquiriendo carácter
hasta su emotiva escena final. Bernat Quintana tiene un evolución
similar, desde el personaje que solo sirve como apoyo hasta cobrar
una entidad propia en los momentos más dramáticos. Del resto de
actores, destacaríamos a Jordi Figueras, que tiene el papel más
jugoso y sabe aprovecharlo con astucia.
Pero
no se trata, como en tantas otras ocasiones, una de esas funciones en
las que el talento de los actores tiene que sobreponerse a la
mediocridad circundante. El maravilloso texto de Rostand cuenta aquí
con una traducción de Xavier Bru de Sala (¡cuyo nombre no aparece
en la página del CDN!) que es tan brillante, libre y punzante que
parece escrita hoy mismo con un talento que ya parecía olvidado.
Porque, por una vez, incluso ciertas licencias “modernizadoras”,
que siempre suelen cantar, aquí sin embargo suenan con total
naturalidad. Cuánto ingenio, cuánto trabajo ha tenido que poner Bru
de Sala en este encargo para brillar de una manera tan esplendorosa.
Y
la dirección de Oriol Broggi, que cada vez nos gusta más, no se
queda atrás. Cada escena tiene su propia entidad y a la vez el
conjunto posee una unidad no distorsionada por la diversidad de
acción y tiempo. Tanto en el trabajo de todo el reparto como en la
concepción global del montaje se nota la mano creativa y cariñosa
de un director con una habilidad perfeccionista y sutil para le
creación de ambientes.
Este
trabajo de puesta en escena se ve facilitado por unos decorados (Max
Glaenzel) y un vestuario (Berta Riera) que nos han encandilado. La
famosa escena del balcón, en la que también cobra protagonismo la
excelente iluminación de Guillem Gelabert, es de una delicadeza que
deja con la boca abierta, y las transiciones entre decorados están
manejados con una fluidez que va más allá de los convencionalismos
teatrales.
Estas
reseñas, en las que básicamente decimos que “nos gusta todo” no
son fáciles de escribir (al fin y al cabo, nuestro repertorio de
alabanzas es limitado), y seguramente tampoco son muy divertidas de
leer (desde luego, no tanto como las críticas destructivas que no se
encontrarán por aquí), pero sinceramente, nosotros no tenemos duda:
si el peaje a pagar por un espectáculo magistral en el que nos lo
pasamos genial de principio a fin e un comentario reiterativo en sus
ditirambos, desembolsaremos el precio con gusto.
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