Es
suficiente ver un cartel en el que aparecen las palabras Aventura, T de Teatre y Alfredo Sanzol para que el aficionado teatral comience a
salivar. Y no solo por el espléndido recuerdo de Delicadas, sino
porque cada nueva propuesta de Sanzol genera las más altas
expectativas. Lo cual no siempre es bueno, pues por norma general es
infrecuente que las esperanzas se vean colmadas. Quizá por eso al
finalizar la función de Aventura! tanto nuestra sensación como la
que nos pareció percibir en el ambiente era de cierta frialdad:
habíamos asistido a una buena obra de teatro, pero sin la chispa a
la que Sanzol nos tiene acostumbrados.
Se
podría pensar que todo autor dramático que se precie tiene que dar
prueba de su compromiso entregando una obra sobre “la crisis”,
pero por otra parte también parece algo inevitable: permanecer
ajenos a todo lo que está pasando más que una muestra de soberbia o
falta de sensibilidad sería casi un acto de enajenación. La
cuestión es cómo poner sobre las tablas esta intención de “hacer
algo”. Se puede tirar por lo obvio, por la indignación
aspaventosa, por la reiteración en lo sabido, por la proclama.
También se puede hacer algo más sutil y más personal, algo
sorprendente, y este es el camino emprendido por Sanzol.
Más
allá de la obvia referencia a Brecht, Sanzol salpica la historia de
su personal estilo, lo cual supone algunos problemas. En sus obras de
scketches cada gag tiene una estructura muy controlada en la que no
se necesita un gran desarrollo de caracteres, pero en Aventura! nos
encontramos con que los personajes aparecen poco definidos, sin que
lleguemos a saber nunca ni sus motivaciones profundas ni podamos
justificar sus cuestionables decisiones. Y, lo que es peor, tampoco
nos importe demasiado lo que les pueda pasar. Tenemos un dilema bien
planteado, que puede dar mucho juego, pero luego nos vemos frustrados
porque no hay una verdadera discusión, una lucha de ideas o
contradicciones.
Quizá
sabedor de este punto débil, Sanzol se lo toma con calma antes de
llegar al momento de no retorno. En esta ocasión plantea un curioso
sistema que combina escenas a toda velocidad con momentos de reposo
en los que el tiempo parece detenerse. Los diálogos se precipitan
sin solución de continuidad y pasamos de una escena a otra sin que
nada indique el cambio de perspectiva. Aquí nos encontramos toda la
brillantez de sus diálogos, su facilidad para crear situaciones
incómodas y esas gotas de locura que hacen su teatro tan particular.
Tampoco pueden faltar un par de manifiestos sobre lo hartos que
estamos de todo y que las cosas tienen que cambiar y todo eso.
Las
actrices tratan de dar chicha a sus escuálidos personajes y al menos
logran caracterizarlos con unas pocas pinceladas. Carme Pla parece
fuerte y decidida, pero sus motivos son tan peregrinos como simples
intuiciones. Parece sobre todo agotada, dispuesta a renunciar a todo
simplemente por cambiar. Marta Pérez es la más indecisa, siempre
hace las cosas sin querer, dejándose llevar, mientras que Mamen Duch es
todo lo contrario, impetuosa y con la voz de mando. Àgata Roca tiene
el personaje más complejo, el que no sabemos por dónde saldrá ni
qué es lo que realmente está buscando. Alberto Ribalta tiene el
personaje campanudo. Empieza con una evocación bucólica y acaba tan
desesperado como todos, sin saber por qué todo se ha ido al garete.
Su chino empieza teniendo gracia, pero quizá el gag se alarga
demasiado. Jordi Rico está muy suelto dando vueltas por la oficina e
inmejorable como lunático abrazadólmenes.
Poco
hay que añadir del mérito de estas excelentes actrices y actores,
aunque si nos sorprendió que a pesar de su perfecto tempo y la
naturalidad de su trabajo conjunto, hubiera ciertos desfases como de
obra poco rodada. Al final, todos tienen que tomar una decisión, y
se supone que con ellos el público. Que después vendrá el ¿y tú
que harías? Los, sí, pero. Y sin embargo no fue así. No nos había
dado más materiales de discusión de los que podría salir de una
charla de bar. En el fondo, no nos lo creíamos ni sentíamos ninguna
simpatía por estos personajes que acabábamos de abandonar a su
suerte. Son cosas que pueden pasar cuando se trata de convertir las
metáforas en carne.
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