Con
Cheek by Jowl dan ganas de no volver al teatro. Es como cuando vas a
un museo y ves a Velázquez. Después de esto, ¿qué queda? Y eso
que las últimas propuestas de la compañía no nos había convencido
del todo, y que incluso el inicio de esta Medida por medida nos puso
las defensas en alto. Pero poco a poco, casi sin que nos diéramos
cuenta, nos fueron conquistando una vez más, y cuando llegó el
final comprendimos que los aplausos no son solo un medio de agradecer
un trabajo bien hecho, sino un medio para dar expresión a una
energía euforizante que de otra manera implosionaría.
Todo
es tan sencillo que es casi imposible de analizar, pero lo que queda
es el sentimiento puro, y eso no hay manera de impostarlo. De hecho,
las claves del éxito de Cheek by Jowl sí que se pueden rastrear: en
primer lugar esa simplicidad de la que hablábamos, ese coger cuatro
cosas y, desde la más básica exposición teatral, llegar al
tuétano. No hace falta decir que Shakespeare es un autor
extremadamente complejo, pero Declan Donnellan lo hace comprensible
casi de manera intuitiva. Despojándose de todo artificio, aclarando
las líneas y sin entretenerse en marcas de autor. Que es
Shakespeare, señores, no hay que ponerse estupendo (por desgracia,
esto que es tan evidente muchos directores con ínfulas de genialidad
no parecen comprenderlo).
Otra
característica de las puestas de Donnellan es que, en medio de esta
aparente neutralidad estilística, te suelta unas escenas que son
como fogonazos, pero que se quedan en la memoria. El contraste entre
la sutileza del montaje en general y estos golpes de brillantez
escénica es tan brutal que algo tan fugaz como el teatro se
transforma en inolvidable. En Medida por medida además tenemos la
siempre estimulante escenografía de Nick Ormerod, la preciosa música
de Pavel Akimkin y la cuidadísima coreografía de Irina Kashuba, lo
que propicia escenas tan perfectas como la de la ejecución o la del
baile, de una belleza sin adjetivos, tan natural como todo en la
puesta, y a la vez de una finura artesanal.
Otro
elemento que hace el trabajo de Cheek by Jowl único y a la vez
reconocible es el movimiento escénico. Esto daría para una tesis.
El ritmo en el teatro está obviamente dado por la palabra, pero esto
hace que muchas veces se sea negligente con otro ritmo igual de
importante, que es el de los actores. Es habitual caer en el
estaticismo o en el barullo, mientras que lo que logra Donnellan de
manera magistral (y así debería ser, que aprendan de él), es cómo
mover a los actores, cómo hacer que el espectador tenga la sensación
de que en todo momento está pasando algo importante y hay que
permanecer atentos. En Medida por medida la coreografía está
cuidada al milímetro, y lo que podría pasar por una excentricidad o
uno de esos juegos gratuitos del director de escena, cobra pleno
sentido.
Seguimos.
Si en la elección de los textos Donnellan no puede fallar, es su
trabajo de depuración lo que le hace especial. No se trata de podar
o modernizar, eso lo dejamos para exhibicionistas con problemas de
falta de autoestima. Es una cuestión de estudio, de descubrir nuevas
vías, de llevar hasta las últimas consecuencias las decisiones
estilísticas. En Medida por medida el hecho de que la compañía sea
rusa da una refrescante vuelta de tuerca a la interpretación
tradicional. Primero de la impresión de que estamos ante una
parábola de la Rusia de Putin. Que estaría bien, pero sería una
limitación innecesario. De ahí nuestra inicial suspicacia. Y luego
la historia adquiere unos claros toques a lo Gogol. Y, como estamos
en España, tampoco nos olvidamos de Lope o Guillén de Castro. Lo
que el espectador añada nunca sobra, pero lo que aporta Donnellan es
una dirección precisa, una guía para que nadie se pierda, una serie
de pistas que nos llevan a deslumbramientos que nunca antes habíamos
imaginado.
Y
llegamos. Los actores. Aquí la carburación también es lenta, pero
cuando se pone en marcha no hay quien detenga esta máquina. La
Isabella de Anna Khalilulina personifica ese juego de contrastes en
equilibrio. En la emocionante escena del perdón, que es a su vez una
destilación de toda la obra, pasa del ataque de histeria a la
muestra más sumisa de misericordia en cuestión de segundos, en un
esfuerzo físico de concentración que desprende fotones. Pero
durante toda la obra bascula entre la inocencia de quien se considera
ajena a los pecados del mundo y el ardid por conseguir sus deseos. Si
la dialéctica de Shakespeare es prodigiosa, la manera de Khalilulina
de darle forma a las disquisiciones entre alma y cuerpo, sacrificio y
virtud, perdón y venganza, son de una riqueza extraordinaria. Su
envés es Angelo, interpretado por Andrei Kuzichev como si fuera un
mosquita muerta dispuesto a transmitir la malaria sin el menor
arrepentimiento. Sin subrayar, sin hacer alarde de su malicia,
Kuzichev transmite el lado más oscuro de su personaje a través de
pequeños gestos, casi de manera indolente, como si la práctica
diaria de la hipocresía le hubiera hecho olvidarse de quién es en
realidad.
Valery
Pankov es un duque que al final se muestra como un político
consumado, capaz de salirse con la suya y a la vez parecer el más
magnánimo de los gobernantes. En su papel de fraile se mueve entre
la indignación contenida y el papel de maestro de marionetas. En los
dos casos, no parece muy consciente de las consecuencias de sus
acciones, y Pankov le da un aire entre prepotente e ingenuo que, como
en norma en la obra, le dota de una ambivalencia peligrosa. Otro
personaje con dos caras es Lucio, el gracioso. Al principio nos
parece que Alexander Feklistov se deja llevar demasiado por el tópico
del amaneramiento, pero en sus momentos más divertidos acierta con
el punto exacto entre descaro y desafío, como un cobarde que hace
muy bien de valiente cuando piensa que no corre ningún peligro. El
resto del elenco, que más que nunca justifica el recurso al
desdoblamiento de papeles, mantiene el equilibrio y aunque sea en una
sola escena, demuestra su valía. Por eso no les desmerecemos si
decimos que Donnellan sería capaz de sacar una gran interpretación
de un palo.
Un
momento. Donnellan dirigió una película con... Bueno, lo del palo
era una exageración.
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