Que
la nueva etapa del Centro Dramático Nacional, a cargo de Ernesto Caballero, se abra con una obra de Galdós es una gran noticia. No
solo porque sea el más importante escritor español desde Cervantes,
y que además cuente con una obra dramática todavía por explotar,
sino por lo que tiene de símbolo. Se trata de un autor que pese a su
grandeza ha tenido que sufrir el mayor desprecio por parte de la
“modernidad” y al que todavía hace falta reivindicar: es decir,
darlo a conocer, porque defenderse se defiende él solito. También
es un buen presagio que la función se inicie con un tren, aunque sea
de juguete. Que luego la obra no cumpla del todo las expectativas, es
un pequeño chasco.
La
feliz idea de abrir Doña Perfecta
con un tren se ve prolongada por un brillante recurso de puesta en
escena: la utilización de las hermanas Troya como narradoras. La
razón de su omnisciencia viene justificada por el desarrollo del
relato, y su tono entre burlón y escéptico se ajusta tanto a la
personalidad de los personajes como a las necesidades de su labor
como comentaristas. Pero antes de que aparezca el título de la obra,
todavía tendremos una excelente escena: la llegada de Pepe Rey y del
tío Licurgo a Orbajosa: una fantástica manera de entrar en acción.
Enseguida
la estructura del montaje queda clara: largas escenas que empiezan de
una manera suave para acabar en una confrontación total. Pero es que
la misma armadura recorre todo el montaje, que va de menos a más...
hasta pasarse de rosca, como ya veremos. Donde mejor queda
ejemplarizada esta evolución es en la magistral interpretación de
Israel Elejalde, que sabe graduar el proceso de toma de conciencia de
su personaje desde un pipiolo de la capital que traga con todo, hasta
un airado radical dispuesto a romper con lo que haga falta. El
momento esperado de su enfrentamiento con Doña Perfecta queda como
el de máxima tensión y es resuelto por el actor con una emoción
difícil de olvidar.
Una
de las cualidades que hacen de Galdós tan grande es su capacidad
para jugar con personajes que funcionan en clave de símbolos (el
Pasado, el Progreso, la Iglesia), pero evitando caer en el
estereotipo. Al contrario, todos sus personajes son humanos,
reconocibles, no se mueven por el capricho del autor, sino que tienen
sus propias convicciones y las defienden con el ardor necesario. Se
trata de la gran capacidad de comprensión que solo los mejores
escritores tienen y que Galdós supo desarrollar a lo largo de toda
su vida.
Durante
buena parte de la obra, Caballero consigue mantener esta dualidad.
Por ejemplo, el don Inocencio de Alberto Jiménez, lejos de ser el
típico cura malo y baboso de las obras más pedestremente
anticlericales, es algo parecido a esos jesuitas retorcidos que
aparecen en las obras inglesas que alertan sobre los taimados
papistas. Es simpático, cizañoso, y logra arrimar el ascua a su
sardina sin que nadie se de cuenta.
El
problema es que en la parte final, cuando la trama lleva a los
personajes al extremo, la puesta en escena no logra hacerse con las
riendas de la situación. No es casualidad que el bajón coincida con
la desaparición de Elejalde, pero el problema mayor es que la obra
en si se desboca y ya no volverá a enderezarse hasta el repentino y
precipitado final.
Otro
aspecto que no nos acabó de convencer de la obra fueron las
protagonistas femeninas. Por algo la obra se llama Doña Perfecta,
pero aunque Lola Casamayor sepa defender su personaje, tanto Rey como
don Inocencio le comen la partida y en cada uno de sus
enfrentamientos acaba por retroceder. Y la Rosario de Karina Garantivá, alejada del estilo del resto del reparto, en lugar de
optar por el naturalismo, cae en los momentos menos adecuados en el
recitado. En las escenas más emotivas, más que expresar una pasión
parece estar recordando su texto.
El
público acogió la representación con respeto pero sin locuras
(vamos, que de haber estado presente el autor, no se lo hubieran
llevado a su casa en volandas). Creemos que el CDN está en el buen
camino (con algunas reservas expresadas recientemente) y en la
programación aparecen estimulantes propuestas que no nos queremos
perder. Seguiremos atentos.
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