miércoles, 8 de septiembre de 2010

Theatre, de W. Somerset Maugham

No conocemos muchas novelas ambientadas en el mundo teatral, y eso que nos parece, obvio es decirlo, un tema fascinante. Seguramente se deba más a propia ignorancia que a escasez real de libros teatreros, pero en cualquier caso, los pocos ejemplos que hemos leído tampoco nos han dejado satisfechos.

Theatre, explícito título (o La otra comedia, en su no tan errada traducción castellana) es la aportación del esperamos que cada vez más reivindicado W. Somerset Maughan a la novelística teatral (también hay una versión cinematográfica, Being Julia, con una excelente interpretación de Annette Bening). En principio no puede ser más sugerente: un autor implicado en el teatro como dramaturgo y como conocedor de los más diversos ambientes, y a la vez dotado de una capacidad psicologista que le permetiría dotar de profundidad a personajes complejos. El resultado es irregular. La novela tarda en arrancar, y cuando lo hace sufre diversos baches, aunque también alcanza momentos de gran literatura.

Maugham se centra en la figura de Julia Lambert, la mejor actriz de Inglaterra. Desde sus inicios como secundaria en obras de segunda hasta su consagración en Londres, pero sin llegar nunca hasta su decadencia, pues tal no existe, el autor juega con éxito en un tema que siempre nos ha interesado: cómo es el actor (o más específicamente, la actriz) cuando baja el telón. ¿Qué siente detrás de tantas capas de simulación? ¿Cómo tratar con alguien del que nunca sabes si está fingiendo?

Los mejores momentos de la novela, aparte de pequeñas incisiones sarcásticas desperdigadas por aquí y por allá, se producen cuando estas cuestiones se explicitan. Primero será el hijo de Julia quien reproche a su madre su falta de personalidad propia:

Tu ignoras la diferencia que existe entre la ficción y la verdad. Tu finges siempre. Es como tu segunda naturaleza. Haces teatro si das una fiesta, ante la servidumbre, cuando estás con papá y cundo estás conmigo. (…) En realidad, tú no existes; sólo eres uno de los muchos personajes que has interpretado a lo largo de tu vida. Algunas veces he llegado a preguntarme si has existido de verdad o si habrás sido sólo la fuerza transmisora de todos los personajes que fingiste ser. Cuando sabía que estabas sola en una habitación, he deseado muchas veces abrir la puerta bruscamente, pero me he contenido ante el miedo de no encontrar nada.


A lo que Julia finalmente replicará:

El mundo es un escenario y la humanidad entera se convierte en actores. La ilusión está allá, al otro lado de los arcos, y los actores somos la realidad. Nuestra materia prima es el mundo que nos rodea. Nosotros somos los que damos significado a la vida de las demás criaturas. Nos apoderamos de sus absurdas y fáciles emociones y las convertimos en arte; extraemos belleza, y la única significación de esa humanidad consiste en que se convierte en el auditorio necesario para que podamos realizar sus propias inquietudes. Son como los instrumentos con los cuales tocamos, y ¿qué cosa sería un instrumento si no hubiera quien lo tocase?

Sería difícil encontrar una mayor declaración de amor a los actores... en una novela.

(Traducción de los extractos de J. Romero de Tejada)

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