lunes, 29 de octubre de 2012

Forests (Teatro Valle-Inclán)


Salimos del “lamentable espectáculo” totalmente derrotados. Nosotros, que creíamos que Shakespeare era imbatible, tuvimos que reconocer que la insoportable banalidad de la modernidad lo había dejado hecho añicos. La representación más academicista de un shakespeare puede sobreponerse al aburrimiento que provoca, porque en el fondo siempre se encontrarán las maravillosas palabras del poeta y sus siempre renovadas ideas. Un montaje de aficionados sublimará la falta de medios y talento con el entusiasmo de sus participantes. Pero cuando el autor es una mera excusa para que el Director muestre su Genialidad, da igual que se trate de Shakespeare o del BOE, lo único que transmitirá la obra es vacua pretenciosidad.

Porque en Forests el Genio (preferimos omitir el nombre) hace todo lo posible por situarse por encima del texto. No aporta nada, no enriquece, simplemente hace sus monerías para que unos cuantos (pocos, a tenor de los aplausos finales) queden deslumbrados por su capacidad rompedora y su atrevimiento. Pero lo que hace es boicotear desde dentro cualquier propósito de elevación. Cuando los actores recitan el texto, aún en los pocos momentos en los que parecen hacerlo en serio, al espectador solo le llegan palabras huecas sin ningún significado. ¿Cómo es posible conseguir esto con el mas grande autor de todos los tiempos? Ahí ciertamente concedemos una capacidad casi sobrehumana.

Tenemos que decir que nos dio verdadera lástima ver a un actor al que admiramos, como es José María Pou, hacer el mamarracho de principio a fin. Aunque también nos dio pena el papelón que tenían que hacer los otros actores, pese a que no les conozcamos. Y los quince minutos finales (aunque pudieron ser cinco, el tiempo se dilataba de una manera que desafiaba los principios de la física) en los que Maika Makovski tenía que estar tumbada boca abajo con una bolsa en la cabeza demostraron que al menos su música servía para aligerar la angustia: si toda la representación fue un despropósito, esa parte es simplemente infernal. Sí, por cierto, esta fue una de las cosas que se nos pasó por la cabeza: a lo mejor el propósito del Genio es más ambicioso de lo que pensábamos, con esta obra nos incita a comportarnos de manera piadosa al recordarnos que el Infierno puede ser un suplicio casi inconcebible.

Las normas de este blog nos impiden usar palabras gruesas, por lo que nos ahorraremos diversos calificativos, y además no queremos caer en discusiones tan anticuadas como la supuesta modernidad de esta obra (¿un tipo con un cubo en la cabeza? Por favor), por lo que no diremos que Forests no es teatro, ni tan siquiera que es anti-teatro. Es algo mucho peor, algo que hace daño a cualquier amante de este arte, algo que quizá debería estar prohibido no por la censura, sino por las autoridades sanitarias. 

martes, 2 de octubre de 2012

Los conserjes de San Felipe (Teatro Español)


Al parecer el traslado de la representación de Los conserjes de San Felipe del teatro María Guerrero al Español se ha debido a un problema con el telón cortafuegos. Por eso, cuando se apagaron las luces y el telón del teatro estuvo un buen rato sin levantarse, nos temimos lo peor. Aunque quizá se tratase de una broma. De ser así, sería una de las mejores de la función.

Y es que el espectáculo tiene puntos a su favor, pero también una rémora importante, y es que se trata de una comedia sin gracia. Y eso que los actores hacen todo lo posible por divertir, a veces incluso cayendo en la exageración, pero no es posible. La de por sí triste sala medio vacía se volvía todavía más sombría debido a la ausencia de las risas que debían completar los gags.

Pero no queremos ser duros. En realidad nos parece que esta obra es un perfecto ejercicio para los actores del Laboratorio Rivas Cherif, que además de tener que interpretar numerosos papeles, cantan, bailan, hacen pantomima, guiñoles y todo lo que se ponga de por medio. Y en general salen con nota del envite. Antes decíamos que es una obra sin gracia, pero debemos confesar que de principio, su humor no es para nosotros, y sin embargo podemos apreciar todo el esfuerzo que se ha puesto en el montaje para hacer algo digno y que, sin llegar a convencer, al menos no deja la sensación de haber sido asistido a una representación pobre o poco trabajada. Simplemente, es que no funciona.

El texto de Alonso de Santos se aleja de las conmemoraciones oficiales al uso (pese a que la producción sí que cuenta con el apoyo del consorcio pertinente), y utiliza la efemérides constitucional para hablar del presente, comme il faut... Con el uso de canciones que pasan de la obviedad reivindicativa a la pura consigna a gritos y recursos brechtianos de diversa índole, aboga sin reservas por un teatro “intrahistórico”, pero al igual que el teatro “acomodaticio”, el teatro “con mensaje” puede caer con toda facilidad en la fórmula y perder su transgresión cuando se ve sobrecargado de lugares comunes.

La dirección de Hernán Gené intenta ser inventiva a cada paso, como en su memorable puesta de Sobre Horacios y Curiacios, pero lamentablemente no tiene su empuje. La propuesta se queda a medias entre la gran producción tipo zarzuela y los nuevos proyectos que ya hemos comentado en otras ocasiones de hacer musicales casi minimalistas, pero la mezcla no cuaja. La escenografía y vestuario de Pepe Uría es versátil y a veces deslumbrante, pero deja la sensación de que o bien debería haberse optado (su hubiera la posibilidad) por el mayor espectáculo, o decidirse por algo más modesto, pero quedarse en un punto intermedio es quedarse en tierra de nadie, como los personajes de la obra.

Sería injusto valorar la nueva era del Teatro Español por una sola representación, y ademas importada del CDN, pero lo cierto es que hacía mucho tiempo que no veíamos la sala principal del teatro tan vacía. Por el momento es, quizá, solo un símbolo. Esperemos que se quede en eso. 

lunes, 1 de octubre de 2012

Naturaleza muerta en una cuneta (Teatro Valle-Inclán)


De primeras, y sin saber nada sobre Fausto Paravidino, nos apetecía ver Naturalezamuerte en una cuneta. No es nada habitual eso de ver un thriller en el teatro, y aunque ya desde el principio parecía tener un argumento similar a Twin Peaks o The Killing (es decir, que en televisión sí andamos sobrados de este tipo de historias), esperábamos que una versión teatral nos diera una nueva perspectiva.

Y así así. En cuanto al argumento, no hay nada nuevo, la historia de una chica muerta y la subsiguiente investigación para descubrir a su asesino. Y lo que supone la mayor innovación teatral no nos acabó de convencer. Como recurso, eso de que los personajes digan todo el rato lo que están haciendo (“me levanto” y se levanta), que dirijan sus pensamientos interiores a la audiencia y que pasen del subjetivo a la conversación sin transición, no nos parece reprochable, pero en la práctica por momentos acaba cayendo en lo peor que puede parecer una obra de teatro: artificial.

Otro recurso, éste más viejo que el teatro, que no acaba de funcionar del todo es el desdoblamiento de los actores. Muchos personajes son incidentales, pero cuando alguno de los actores interpreta dos papeles extensos, hay demasiada diferencia en el nivel de las encarnaciones. Así, David Castillo convence en su primera aparición como joven discotequero, pero cuando se hace policía está demasiado influido por el estilo de Adolfo Fernández, hasta el punto de que en alguna escena compartida parece estar imitándole (aunque quizá esto sea buscado...). De la misma manera, Raúl Prieto le da una gran naturalidad a su quinqui, pero como médico forense es inverosímil. E Ismael Martínez casi parece esconderse cuando hace de padre, mientras despliega intensidad y naturalidad cuando va de macarra.

Adolfo Fernández, por su parte, dobla en el papel de director. En su personaje de inspector sabe transmitir ese tono ya establecido de viejo policía de vuelta de todo, desencantado y cínico, muy cinematográfico. Está perfecto en los momentos pasivos mientras que su presencia incide en el dinamismo de la puesta en escena que ha ideado. Sonia Almarcha, en su papel de madre, recuerda más que nunca a The Killing y a Michelle Forbes, y logra dar sentimiento a unos textos dramáticos no especialmente originales. Este problema en los monólogos se acentúa con la prostituta que interpreta Susana Abaitua, una yugoslava estereotipada y de una pretensión lírica poco convincente que solo se redime a medias en la escena del interrogatorio.

Quizá sea porque la presencia de Adolfo Fernández y David Castillo nos recordó a Münchhausen, vista hace un año en la misma sala del Valle-Inclán, pero algo en la fantástica escenografía de Ikerne Giménez nos evoca a la que imaginó Paco Azorín para aquella obra. Es verdad que los actores tienen que estar todo el rato cambiándose el vestuario y moviendo piezas aquí y allá, pero eso también contribuye a dar un ritmo sin descanso muy apropiado al tema.

Al final podríamos decir que, literalmente, no hay sorpresas. Pero la labor de Fernández queda como un logro que no engaña a nadie: teatro bien construido, con una puesta eficaz, actores que en sus mejores momentos consiguen transmitir verdad y la sensación de que en teatro se pueden hacer cosas diferentes a las que estamos acostumbrados sin necesidad de ser vanguardista. Más bien, todo lo contrario.