lunes, 16 de abril de 2012

'Tis Pity She's a Whore / Lástima que sea una puta (Matadero Madrid)


Aunque ya hace varios años y más de media docena de espectáculos que seguimos a Cheek by Jowl, continuamos sin descubrir su secreto. Sí, sabemos que valoramos especialmente su capacidad para dotar a sus montajes de un ritmo endemoniado, de sacar el mayor partido a la menor escenografía, el ser una fábrica de actores excepcionales, de llegar hasta el tuétano de las obras para conseguir sacarles todo su sabor. Lo que no nos explicamos es por qué a Donnellan y Ormerod les toleramos (incluso les aplaudimos) cosas que en otros nos produciría rechazo. Quizá ahí precisamente es donde radica su genio.

Lastima que sea una puta empieza como si fuera Fish Tank, con una chica embutida en una sudadera roja bailando al ritmo de música moderna. Pero lo que vamos a ver no es un drama social a lo Ken Loach, sino un dramón entre gore y gótico (suponemos que de ahí la estética de la chica y de su dormitorio), un argumento que nos recuerda al de La venganza de Tamar, con sus dosis (nada moderadas) de incesto, asesinato, traición y sangre a borbotones. Como decíamos, en esta primera escena, la chica, rodeada por todo el elenco, se pone a bailar. Seguramente si la compañía fuera otra, hubiéramos pensado “ya estamos con las tonterías”; pero en esta ocasión, nos frotamos las manos y una sonrisa se instaló en nuestra cara: ya empezaba lo bueno.

E iba a ser un no parar. En esta puesta la escenografía parece más poblada que en otras ocasiones (lo cual no es difícil, teniendo en cuenta que a veces se ha limitado a tres sillas y una puerta), con una cama muy poco sutilmente situada en el centro del escenario. No conocíamos esta magnífica obra de John Ford, pero esta rémora unida a la del idioma no impide que la entrada en la trama sea inmediata. Enseguida comprendemos la pasión de Giovanni por su hermana, el pánico del fraile por su perdición, los duelos entre pretendientes de Annabella, la inocencia perversa de esta, las ardides de Putana, las maquinaciones de Vasques...

Porque lo que siempre hemos admirado en Donnellan-Ormerod es su simplicidad. Una simplicidad que obviamente es trabajadísima. Hacer accesible una historia como la de 'Tis Pity es una tarea endemoniada que exige la máxima precisión. Pero es que no solo el texto está destilado para procurar su absoluta comprensión (en diferentes planos), sino que la puesta en escena también contribuye a cada paso a hacer más densa y comprensible la situación. Los actores van recitando, con ese poder hipnótico que tienen los intérpretes británicos para hacerlo, como si fuera la cosa más natural del mundo un texto alambicado, metafórico y arcaico, y a la vez las soluciones escénicas van añadiendo una nueva capa siempre enriquecedora.

Ay, y qué actores. Lydia Wilson, a la que vimos recientemente en el primer capítulo de la descabellada Black Mirror, está desde ya en nuestra lista de grandes promesas. Combina esa mezcla de fragilidad y dureza tan difícil de encontrar y que puede llevar a una actriz a hacer lo que quiera. Jack Gordon parece uno de esos actores que han nacido hablando en verso, tan natural les sale. Lizzie Hopley da el contrapunto cómico (y también el más salvaje) con desenvoltura y horror (respectivamente), Suzanne Burden tiene uno de esos monólogos electrizantes y tal capacidad para hacerse con el foco de la atención que ya podría pasar un elefante por el escenario que nadie le haría caso. Pero quizá el otro gran descubrimiento de la función es Laurence Spellman, un malvado con coleta y bigote, nada menos, que nos evoca al gran Will Keen en The Changeling.

Como es natural, a Donnellan a veces también se le puede ir la mano, y en esta ocasión nos parece excesiva la escena del striper sanguinario (aunque ya nos imaginamos que es difícil solucionar una escena en la que a un personaje se le arranca la boca y los ojos), y un poco ridícula aquella en la que se abren las puertas del infierno con una luz verde. Borrones menores, en cualquier caso, para un montaje que nos ha devuelto lo mejor de Cheek by Jowl, una compañía que demuestra que el teatro que soñamos también puede llevarse a la escena. 

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