viernes, 7 de junio de 2013

La función por hacer (Teatro de la Abadía)

Salimos de La función por hacer descontentos, con una doble sensación de fracaso. Primero por la obra en sí, que pese a sus indudables logros, nos parece que naufraga en lo esencial. Pero también teníamos la impresión de que nosotros no habíamos sabido entenderla, de que en nuestro empeño por intentar desentrañar las claves de su éxito, nos habíamos quedado sin poder dar una explicación.

Se ha hablado tanto sobre este montaje, y nos da la sensación de que en un 99% de los casos para encumbrarla, que nos parecería reiterativo incidir en sus bondades. Sin embargo, hay algo en su tono que nos saca de ella por completo: y es que no nos la creemos en ningún momento. Y esto, tratándose de Seis personajes en busca de autor, es un pecado. Hay mucha retórica, compensada por mucha pasión. Y afán por establecer reglas sobre representación y verdad, pero todo nos suena a falso. Hay muchas declaraciones de amor al teatro y de reivindicación de la trascendencia escénica, pero en realidad nosotros no encontramos nada de esa vida en escena, solo teatralidad.

Y aquí llega nuestro fracaso. Nunca nos hemos vanagloriado de saber mucho de teatro (¿qué significa eso?), pero sí que creemos tener un buen instinto para detectar imposturas. Que quede claro que no pensamos que Miguel del Arco sea uno de esos farsantes como el innombrable, como tampoco pensamos que el público que se ha sentido encandilado por esta obra pertenezca a esa tribu teatral de los mistificadores a la última. Por eso nos sentimos frustrados al no poder detectar dónde está el secreto que posee del Arco para conectar así con el público.

Ya hemos comentado en otras ocasiones lo que nos parecen sus puntos más discutibles. También hemos valorado la que nos parece su propuesta más honrada, Deseo. Porque si en otras ocasiones nos parece que tira por lo obvio, que no deja pasar una oportunidad de tirar por el camino más fácil, también es cierto que en un artefacto puramente teatral se maneja con habilidad. Pero eso no es suficiente, para hacer teatro de verdad, hay que incidir más en la verdad que en el teatro.

Y La función por hacer va precisamente por ahí, pero en nuestra opinión no logra colmar sus objetivos. No nos llega, su arquetípica historia no logra sublimar el puro argumento para llegar a la emoción. Sus juegos metateatrales nos parecen bien para pasar el rato y muestras valorables de ingenio, aunque solo ingenio.


Reconocemos que fuimos a ver La función con prejuicios: como otros de los aclamados espectáculos de su director no nos habían gustado nada, pensábamos que gran parte de su reputación se debía a que gente que había visto La función se había quedado tan hechizada que se había impuesto cierta acrítica con sus montajes. Por eso si llegábamos a sentir lo mismo que ellos, comprenderíamos de dónde viene esta fascinación. Pero no. Así que ya no habrá más prejuicios. Simplemente, el estilo de este director no es ajeno. Qué le vamos a hacer. 

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