martes, 15 de abril de 2014

Continuidad de los parques (Matadero Madrid)

Que la gente es muy rara ya lo sabemos. Solo hace falta darse una vuelta por la ciudad para encontrarse con los tipos más extraños. Pero lo curioso es que la costumbre no acaba con la sorpresa. Sí, ya pocas personas saben lo que es “normal”. Y los comportamientos más estrambóticos solo nos mueven a encogernos de hombros. O a poner los ojos en blanco en los casos más extremos. Sin embargo, cuando vemos estas extravagancias en un libro o en una obra de teatro, tenemos que inventarnos calificativos. Se dice que si Kafka hubiera nacido en México habría sido un escritor costumbrista. Pero creemos que no hay que caer en localismos: cualquier artista que pretenda ser totalmente fiel a la verdad acabará cayendo en el más disparatado surrealismo.

En Continuidad de los parques Jaime Pujol juega en ese territorio extraño, tan perturbador como hilarante, en el que la cotidianidad y el absurdo se mezclan. La lista de referencias y epígonos, de Flann O'Brien a Alfredo Sanzol, se podría multiplicar. Pero, como apuntábamos, no hace falta ponerse a buscar en los libros, la vida está llena de estas situaciones. La estrategia de Pujol es tan sencilla en apariencia como rebuscada en el fondo. Cada situación tiene un punto de partida anecdótico, un desarrollo imprevisible y un final que da la vuelta a la situación. En un recorrido circular que recuerda a La ronda de Schnitzler, Pujol irá sembrando el parque de migas de comicidad, melancolía y una pizca de desquiciamiento que muchas veces aparece como única posibilidad de fuga.

Para que esta estructura excéntrica-concéntrica no quede dispersa, Sergio Peris-Mencheta despliega una puesta en escena feliz, primaveral. Las historias representadas son irregulares y si algunas dan en el clavo con finura, otros se pierden en buenos planteamientos que no acaban de rematarse. Sin embargo, nunca se pierde la continuidad, no es una colección desmañada de ocurrencias. El ritmo interno, la transición entre las escenas, ese fino toque que marca la diferencia entre el acto fallido y la sorpresa gratificante, se consiguen con absoluta sencillez. También la escenografía y la iluminación dan perfectamente el aire de los parques de Madrid (estamos pensando especialmente en el de las Vistillas).

Pero, a fin de cuentas, el éxito o el fracaso de un texto como el de Continuidad de los parques recae sobre todo en los actores. Sería muy fácil deslizarse hacia la exageración, tratar de buscar el humor más básico al que algunas de las situaciones parecen encaminarse. Aunque también sería peligroso no dotar a una obra como esta de esa necesario punto de locura que la haga plenamente disfrutable. Gorka Otxoa tiene una gracia natural que le sale en los momentos más inesperados y que explota al máximo cuando las circunstancias se lo permiten. Su Truquis se llevó las mayores carcajadas de la función, e incluso su bobo, que nos pareció un recurso un poco facilón, tiene más fondo del que podría parecer. Fele Martínez tiene menos participación de la que nos hubiera gustado, pero se redime con su última aparición, ese taxista improvisado al que dota de una humanidad que va más allá de lo que en un principio se pensaría.


Luis Zahera tiene que recuperarse del que para nosotros es el gag más desafortunado de la función: cierto que no puede haber parque sin borracho, pero este monólogo incoherente es incapaz de saltar del tópico ni tan siquiera con una vuelta de tuerca final que completa su sentido. Además de estar perfecto junto a Fele Martínez en Luz verde, seguramente el mejor, Zahera también borda al falso palurdo que en realidad se las sabe todas y que acaba quedándose con el Truqui. Roberto Álvarez aporta desconcierto en la escena de los teléfonos mágicos y en la más disparatada de todas, la del acoso de los bibliómanos. También es destacable que una de las historias más divertidas sea la de los perros, la única en la que participan los cuatro actores. En una sala tan abarrotada que parecía haber más gente de la permitida, los intérpretes fueron saludados con aclamaciones. Al salir del teatro empezaba lo verdaderamente extraño. 

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