lunes, 27 de abril de 2015

Adentro (Teatro María Guerrero)

(Después de un buen rato pensando, escribiendo y, sobre todo, borrando y corrigiendo, nos había quedado un largo párrafo en el que salían a relucir cosas como la hermenéutica y seres como Wittgenstein (en algún momento incluso tenía una intervención estelar Joyce. ¿Por qué? Ni idea). Todo con tal de tratar de evitar la cuestión. Pero no hay manera. Vamos).

Y es que es complicado hablar de una obra que, como Adentro, trata precisamente sobre lo que no se puede decir. Pero mucho más difícil es hacer la obra y Carolina Román y Tristán Ulloa han conseguido labrar una joya dura y preciosa. Así que lo intentaremos.

Nos presentamos en el teatro todavía con el buen sabor de boca que nos dejó En construcción, una de esas obras que pese a nuestra mala memoria (el título a veces se nos escapa) son tan fascinantes que permanecen a lo largo del tiempo junto a nosotros. Y como somos tan convencionales, esperamos algo parecido. Pues no. Y queda claro desde el principio. Adentro no tiene absolutamente nada que ver En construcción, y si no lo supiéramos y no estuvieran allí Carolina Román y Nelson Dante para atestiguarlo, jamás habríamos pensado que se trataba de los mismos creadores. Pero solo somos convencionales, no ultramontanos, así que contentos: con la primera escena ya vemos que es diferente, pero muy apetecible. Araceli Dvoskin llena la escena con gracia y en cuanto se asoma Román vemos que hay buen entendimiento y los diálogos fluyen con naturalidad. Ya entonces pensamos: qué fácil es hacer teatro y qué difícil es hacer buen teatro, y sin que se note. Y no sabemos lo que nos espera.

Entonces aparece Nelson Dante, sí, ese tío a quien en En construcción nos habría gustado llevarnos a casa, y que aquí nos hace buscar las salidas de emergencia. Sin necesidad de abrir la boca ya causa pavor; es lo que se suele calificar como una presencia amenazante. Hay un detalle que nos extraña: un pájaro enjaulado. Pero ¿será posible? El símbolo más gastado que se pueda imaginar ¿aquí? Claro, no era tan obvio. Pero no podamos explicarlo. Como tampoco lo que va a suceder en esta misma escena, solo que es muy turbio, muy esto parece normal pero sabemos que de fondo está pasando algo que no nos deja tranquilos. Entonces la rabia.

Aquí ya estamos totalmente descolocados. Por deformación (no profesional, en todo caso cultural) intentamos agarrarnos a los referentes, pero no encontramos tierra firme. Pensamos en Pinter, pero seguramente más por el influjo del último trabajo de Ulloa que porque su huella sea real. También en Tolcachir, pero a lo mejor es una cuestión de acentos. A ver qué pasa ahora.

Y, hablando de acentos. Será otra deformación, pero qué capacidad tienen los actores argentinos para que te olvides de que están trabajando. En la escena en la que aparece Noelia Noto es como si la representación hubiera terminado y entráramos en los camerinos. De nuevo Roman demuestra tener un talento especial para construir diálogos naturalistas, de una inmediatez que parece casi improvisada, aunque los aciertos constantes hacen imposible pensar que algo así no lleve detrás una ingente elaboración.

A estas alturas, todavía no sabemos si es una comedia o un drama. Pero pronto descubriremos que en realidad se trata de una tragedia (griega, claro). Solo que de proporciones reducidas, casi de salón. Y no solo porque el ambiente en el que se desarrolla es una casa humilde (fantástica escenografía de Alexandra Alonso-Santocildes, que construye un hogar tan acogedor y reconocible como sembrado de secretos) y con unos personajes de apariencia indistinguible respecto a cualquier persona que te puedas encontrar a la vuelta de la esquina. Sino porque, y aquí está lo más novedoso y el gran punto a favor de Adentro, todo está contenido, sin subrayados, como una bomba a punto de explotar debajo de la mesa, pero que los convidados, muy conscientes de su presencia, prefieren ignorar.

En perfecta armonía con este sentido del pudor, la dirección de Tristan Ulloa es relajada, como un contrapunto distanciado y casi costumbrista en el que parapetarse frente a las esquirlas de la tragedia. Es difícil dar continuidad a una obra que bascula entre la comedia más afinada y momentos de una oscuridad que afecta de manera física al espectador. De hecho, en la primera parte las escenas parecen independientes, casi pertenecientes a universos diferentes. Y sin embargo Ulloa logra dar unidad y sentido a este mundo en el que tan pronto nos sentimos como en casa como nos parece un infierno del que sus personajes no pueden escapar. Aunque quizá ambos universos no están tan alejados.

Como ya hemos ido apuntando, los actores se adueñan de sus complejos papeles sin que en ningún momento se perciba el esfuerzo ni la construcción de caracteres. No se sabe muy bien si la Marga de Araceli Dvoskin ha perdido la cabeza y no se entera de nada, o si sabe demasiadas cosas y justo por eso prefiere hacer como si no comprendiera lo que está pasando. Dvoskin puede desplegar una simpatía irresistible para al momento mostrarse como implacable, combinar la fragilidad más tierna con una firmeza autoritaria. Carolina Román también se mueve en la ambigüedad, entre el encanto y la conformidad ante la vida que le ha tocado, y la rebeldía repentina de quien necesita sacar afuera toda su decisión para no verse consumida por su drama personal. Nelson Dante, quien como dijimos es capaz de helar corazones con una mirada, también da a su Negro un todavía más perturbador toque de dulzura, como si pudiera conquistar a quien quisiera sin necesidad de avasallar con su lado más tétrico. Noelia Noto parece una ingenua y simpática amiga que pasa por allí, pero no tarda en darse cuenta del malsano ambiente en el que se está viendo involucrada, y tendrá la energía suficiente para tomar sus propias decisiones.


Ya el título de Adentro da una pista clara de la tonalidad elegida por Roman, pero una cosa es proponérselo y otra llevarlo a la práctica. Lo que sucede en la obra (y lo que ha sucedido antes) apenas se sugiere, se intuye sin que en ningún momento se haga explícito. De la misma manera, las actuaciones tienen que ser hacia el interior, reprimiendo la expansividad y tratando que el público comprenda esta acumulación de horror y piedad que no llega a ser manifestado. La mezcla de sentimientos, la paralizante conjunción de miedo y amor pueden provocar el rechazo, la incomprensión. Pero lo que el público siente con Adentro es que esta contención redobla el efecto catárquico. La bomba no llega a estallar y la función no termina con una explosión, sino con un lamento.

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