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viernes, 28 de agosto de 2015

Bajo terapia (Teatros del Canal)

No parece mala idea esa de organizar un concurso para descubrir una obra de teatro con posibilidades comerciales. Por mucho que puede llevar a algunos exquisitos a rasgarse las vestiduras (¡teatro para el público! qué vulgaridad), lo cierto es que entre los fenomenos de la escena comprometida y/o experimental suelen abundar pretenciosos que tratan de disimular su falta de talento detrás de grandes proclamas (si resulta que los puritanos siempre son feos, los puritanos teatrales suelen ser mediocres). En cualquier caso, si hubiera alguna duda sobre la empresa (y el nombre de Daniel Veronese ya debería ser suficiente para acabar con el levantamiento de nariz), Bajo terapia demuele cualquier suspicacia desde el primer momento. Lo único raro es que la obra se haya estrenado en los Teatros del Canal y no en el circuito comercial (aunque todo llegará, de momento punto para el Canal).

Al principio, las referencias se acumulan. Y, como las cosas están como están, estas son principalmente televisivas (que si En terapia, total, un simple cambio de preposición, que si Community), y después, todo el mundo lo dirá, El método Grönholm. Pero más allá de parecidos y de estructuras de manual, el texto de Matías del Federico tiene personalidad propia, o múltiples personalidades propias. En este blog a menudo hablamos de “ocurrencias” en sentido peyorativo (tipo “paridas”), pero en el caso de Bajo terapia las ocurrencias son hilarantes y siempre con sentido. Del Federico tiene una gracia natural para insertar réplicas y ritornellos que sirven a la vez para definir a los personajes y para hacer avanzar la comedia, logrando la inmediata devolución del patio de butacas en forma de carcajadas. Tiene un don para hacer que el espectador se sienta más listo de... para que el espectador se sienta más listo.

Con un texto tan bien acabado y tan propicio al juego de “como dejar caer” para después recuperar las insinuaciones y desarrollarlas (o, en algunos casos, dejarlas en apuntes que sirven para enriquecer la trama, o que tras el giro final se produzca una reinterpretación de los hechos), Veronese simplemente (casi nada) se limita a hacer fluir la acción, a coordinar el complejo movimiento de los personajes (siempre haciéndose zancadillas, con los actores interrumpiéndose a cada paso (como molestos paréntesis), con multitud de voces sobreexpuestas: en esto parecen más españoles que argentinos, al menos es la definición que daba Cortázar de los gallegos). Como en una ópera bufa en la que las capas de sonido se intercalan y completan, Veronese maneja la batuta con soltura (por favor, vaya metáfora →  al menos no es la del guardia de tráfico) y consigue imponer orden y claridad.

Pero por muy brillante que sea el texto, para logra la perfecta comunión con el público (cómo estamos hoy) son necesarios unos actores que resulten humanos y cercanos, y el reparto de Bajo terapia ha sido seleccionado con un tino inusitado. No solo es que cada uno clave su personaje, es que el conjunto (lo más importante en este caso) funciona como un engranaje perfecto. Incluso en estos primeros días de rodaje parecen llevar representando la función desde hace meses, siempre perfectos en ritmo y oportunidad.

Sin establecer jerarquías: Fele Martínez está glorioso como el cafre Daniel, un dejado de la vida rancio y antipático que sin embargo (o quizá por ello) tiene un efecto cómico irresistible. Su opuesto en carácter pero igual en gracia es el Esteban de Gorka Otxoa, infantil y jugueton, inasequible al desaliento en lo que respecta a burlarse de los demás. Melani Olivares es Laura, la en apariencia estirada y sin duda sufrida mujer de Daniel, insistente en que los demás vean el mundo a su manera. Carmen Ruiz interpreta a Marta como una mosquita muerta con el dedo en el detonador de una bomba que sabemos que explotará en cualquier momento (otra cosa que todo el mundo dirá: el momentazo de la borrachera gallega). El Roberto de Juan Carlos Vellido es un gañán que bascula entre el bruto de buen carazón y el bestía indomable y se mueve tan bien en la ambigüedad que solo al final descubriremos su verdadera cara. Manuela Velasco es la alegre voz de la razón que trata de poner algo de cordura al asunto... hasta que le tocan lo suyo.

Es una lástima que del Federico haya caído en la manía actual de cerrar toda historia con un giro “inesperado”. No nos referimos a la bomba de Marta (que no es inesperada y que tiene coherencia), sino a lo otro. Es verdad que sirve para explicar unas cuantas cosas y que añade a la historia una nueva lectura, pero a nosotros nos fastidia por motivos que no podemos explicar sin incurrir en leso destripe. En cualquier caso, es un reparo que no ensombrece los logros de una obra tan divertida y saludable como Bajo terapia. 

lunes, 17 de septiembre de 2012

¿Quién teme a Virginia Woolf? (Teatro La Latina)


Cada vez que se habla de ¿Quién teme a Virginia Woolf? hay varios clichés que se repiten. Uno de los más reiterados es considerar esta obra como un combate de boxeo (idea, además, explicitada en el texto en más de una ocasión). A nosotros nos parece que la obra de Albee ha quedado relegada a la categoría de combate por el campeonato mundial de los pesos pesados: si, tiene mucho nombre y una tradición venerable, pero en la actualidad ha perdido su aureola y ya no le interesa a casi nadie. Sin embargo, si al escenario se suben Pere Arquillué y Carmen Machi, señores, estamos ante un Pacquiao-Mayweather, el combate del siglo.

El intercambio de golpes de estos dos estilistas hace que casi todas las debilidades de la obra queden en segundo plano. Casi, porque hay otras que resaltan todavía más. Por una parte tenemos a esta pareja protagonista borracha de rencor a quienes los juegos crueles se les han escapado de las manos. Cada round va subiendo en intensidad hasta llegar a un punto de no retorno que se hace difícil de soportar incluso para el espectador. El desprecio, la amargura, el odio son expresados de una manera tan cruda que hace daño a los ojos: la sangre llega a salpicar hasta las últimas filas del teatro.

Sin embargo, al situarse tan por encima del texto, cuando aparece la otra pareja, el aterrizaje es mortal. No es que Mireia Aixalà e Ivan Benet estén mal, pero tampoco tienen la capacidad de la pareja protagonista para hipnotizar. Cuando sus personajes toman la palabra, volvemos a ser consciente de la falta de entidad del argumento, de sus recursos más trillados, del artificio.

Ya se sabe que las películas sobre casas encantadas no soportan su verosimilitud ante la más inocente de las preguntas: ¿y por qué no se va todo el mundo de allí? Pues aquí pasa un poco lo mismo: es incomprensible que esta encantadora pareja aguante una velada así sin justificación. Y bueno, también es verdad que no son tan encantadores y (aquí otro de los clichés), puede que estén ante una representación de lo que van a ser ellos en unos años. Motivo de más para salir corriendo.

Si hay algo que nos ha gustado en la versión y dirección de Veroneseha sido precisamente cuando más ha intentado aligerar la pesadez de la obra original. Por momentos la obra tiene un ritmo hawksiano y en lugar de ver a dos monstruos terribles es casi como una comedia de Cary Grant. Porque otro punto a su favor es incidir en los momentos cómicos que permiten cierto escape incluso en los momentos más agobiantes.

Pero volvamos a lo que hará esta función memorable. Carmen Machi es ya un hito generacional, una de esas actrices de las que dentro de cincuenta años se dirá “yo vi a la Machi en Agosto”, o en Virginia Woolf, o en lo que sea. Pero para llevar hasta el último extremo el símil pugilístico, si tuviéramos que dar la victoria a alguno de los contendientes, tendríamos que concedérselo a Arquillué por los puntos.

Mientras que el personaje de Machi es más lineal, al menos hasta la última escena, el de Arquillué, siendo un personaje tan esquivo y a menudo desagradable, también es capaz de hacerse con la empatía del espectador, de hacerse odiar, pero también comprender y compadecer. En muchos momentos parece grogui, besa la lona en más de una ocasión. Pero siempre se levanta y tiene escondido el directo de derecha que le hará mantener la dignidad incluso cuando le llegue la derrota más desoladora.

N. B. Hemos podido asistir a este espectáculo gracias a la cortesía de Pentación Espectáculos, en su intento por acercar el teatro a redes sociales y blogs. Si hemos aceptado esta colaboración ha sido debido a dos condiciones planteadas por Pentación y que les honra: escribir con absoluta libertad y especificar que hemos sido invitados por ellos. 

lunes, 7 de junio de 2010

Del maravilloso mundo de los animales: Los corderos

En realidad el desconcierto comienza antes de la función con un título incomprensible (y en mi opinión, desafortunado). Cuando el público entra en la sala, se encuentra con que algunos de los actores ya están en el escenario, costumbre que ya se está convirtiendo en habitual y que por algún motivo nos parece algo incómoda. Se escucha el aviso de que el espectáculo va a comenzar, se van apagando las luces, y los actores comienzan a hablar. ¿Pero qué están diciendo?

Lo de “kafkiano” ya se ha convertido en un adjetivo recurrente (como “dantesco” o “quijotesco”), de uso cotidiano y habitualmente usado por persona que no saben de lo que hablan (es decir, que no han leído a Kafka). En esta ocasión creo que aplicar a la obra esta calificación no sería algo gratuito, sino que la influencia del escritor judío es evidente. Nos encontramos ante una situación extraordinaria (un secuestro) asumida por sus protagonistas como un hecho de lo más normal. De ahí la incomodidad del espectador, que no sabe si reírse de lo absurdo de la situación o preocuparse por lo inquietante de la escena.

Lo normal sería que según va avanzando la trama se nos fueran dando detalles que nos permitieran ir trazando el fondo del argumento, pero bien al contrario, las cosas se van enredando según aparecen más personajes. Si al principio tenemos a Gómez y Berta, él secuestrado y ella que le reprocha su impertinencia, después aparece el vecino chiflado. Las cosas van cambiando de una frase a la siguiente e incluso dentro de la misma frase, y así como comedia y terror se entremezclan, también las relaciones entre los personajes varían. Ahora el vecino parece dominar la situación, ahora Berta le pone literalmente contra la pared. Aparece una maleta que también es en sí misma absurda. Y cuando surge una pistola, sale disparado de la habitación el padre. Pero si hay padre, también hay una hija. Un secuestrado, un matrimonio separado, una hija, un vecino y una pistola.

No sólo es que la acción se desarrolle sin descanso, es que la mente del espectador no puede parar ni un segundo tratando de dilucidar que es lo que está pasando. Y de repente, mientras está imbuido en sus pesquisas, un golpe cómico inesperado que le desconcierta aún más. Y otro. Y otro más. Porque si los diálogos funcionan (en un 80%), el ritmo tampoco decae en ningún momento.

Veronese se ha unido a la compañía andaluza Histrión Teatro para poner en escena una obra desconcertante en la que el final parece un añadido para dar una posible explicación lógica (junto al título, lo peor de la obra). La mezcla era llamativa y el resultado no lo es menos, pero es necesario ver propuestas tan alocadas de vez en cuando para que el teatro no se convierta en algo de lo que ya nos lo sabemos todo.