Nos sentamos a ver una obra titulada Babilonia y dos actrices comienzan a desperdigar datos eruditos sobre esa rica y conflictiva región. Inevitablemente, el pensamiento se va a Borges y esperamos asistir a un cuento fabuloso. Pero las cosas no van por ahí.
Dicen que todas las guerras son la misma guerra, y decimos que eso ya lo hemos oído antes; dicen que todas las guerras causan dolor y penuria y muerte y decimos que lo que vamos a ver o va a ser ingenuamente ambicioso o va a tomar derroteros inesperados. Al final resultará que cumple ambas expectativas.
Quizá no sea ingenuidad, sino una gran confianza en uno mismo lo que hace falta para intentar contar algo nuevo partiendo de la trillada idea de “todas las guerras son iguales”. La apuesta de José Ramón Fernández es aún más arriesgada al no aferrarse a tensión ni progresión dramática alguna. Sólo escenas descriptivas. Un momento, ¿no nos habían dicho que esto no es el teatro?, ¿que un texto dramático debe evitar en lo imposible “contar” en beneficio de “mostrar”? Así es, pero como decíamos, parece que hay mucha confianza en la capacidad evocadora de los relatos que se nos cuentan.
Pero para que esta visualización imaginaria sea efectiva, además de poéticas descripciones y conjuros mágicos, son necesarias unas actuaciones sobresalientes. Paloma Mozo tiene una mirada eléctrica y una voz estupenda (no reprocharemos demasiados sus demasiado reiteradas equivocaciones, asumimos que ha sido una producción sin ensayos de sobra y pocas representaciones). Almudena Ramos vaivanea con el texto haciendo todo lo que puede. Dos buenas actrices, pero es que las exigencias del texto demandaban dos extraordinarias actrices. Lo que quiero decir, un texto seguramente más para ser leído que visto en escena.
Lo más fácil en estos casos es que el espectador desconecte en determinados momentos. Lo difícil es conseguir que eso no suceda. La dirección de Fernando Soto trata de ajustarse a las limitaciones de la producción con algunos giros que impidan a la historia entrar en barrena y sale del envite con ingenio. Algunos momentos son de gran belleza (la descripción de Babilonia), otros parecen totalmente fuera de contexto (un momento escatológico que es la única concesión al humor, no sabemos si consciente), sólo muy puntualmente se deslizan hacia la autoparodia (el momento de desgarro acompañado por música atonal) y en general deja la sensación de un experimento que no ofende pero que tampoco logra cautivar. Y en estos casos, quedarse a medio camino puede ser el peor resultado.
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