lunes, 17 de octubre de 2011

Product (Teatro María Guerrero)


¿Cuántas veces nos hemos visto en la disyuntiva de ir a ver la película china ganadora del último León de Oro del Festival de Venecia o el estreno de una americanada con toda la pinta de ser una tontería? En principio, no debería haber dudas: seguro que nos lo pasamos mejor con la segunda. Años de experiencia nos respaldan. Pero luego vienen los remordimientos: seguramente la china sea mucho mejor para nuestra alma. Al final, la mejor solución suele ser: mira, elige tú.


En realidad, claro, la situación suele ser más compleja. A veces hasta los festivales más prestigiosos pueden acertar. Y por otra parte, después de muchos años de experiencia, nos hemos cansado de los productos cada vez más repetitivos de Hollywood. Y si nos ponemos maximalistas, nos encontramos con que ni las propuestas más ambiciosas ni las más facilonas nos satisfacen. Así que lo mejor será ir al teatro. Aunque...


Todo esto surge directamente de Product, el nuevo regalo de JulioManrique. Varias direcciones: primero, porque nos lo pasamos fenomenal, y quizá debamos sentirnos un poco culpables por ello y no ser tan inconscientes como para reírnos con temas como el terrorismo y otros igualmente solemnes (además, somos reincidentes: hace poco hemos disfrutado desconsideradamente de la genial Four Lions). También es digno de reproche aplaudir una propuesta tan simple, un cuasimonólogo de estructura sencilla y entendible por todo tipo de público (menos por los sordos, que también van al teatro provocando situaciones como la que vivimos, en la que un acompañante -guía tenía que repetir “Osama, Osama! OSAMA!” cuando aparecía Bin Laden en escena). Y por último, porque la obra da pie a reflexiones sobre ese mismo producto descerebrado, sobre la superficialidad de esos productos de Hollywood que nos lavan el cerebro y nos cuelan historias absurdas como si fueran conmovedoras obras maestras de la épica contemporánea. Pero, lo reconocemos, a esto último no le prestamos mucha atención.


Nos fijamos más, por ejemplo, en el extraordinario David Selvas. No solo hizo frente a incursiones como la de Osama con una paciencia sin duda digna de admirar (además, en un espacio tan pequeño e íntimo que invita a tomarse familiaridades con el público), sino que desarrolla su cuasimonólogo con una intensidad medida en cada frase que supone un esfuerzo de concentración y creatividad digno de elogio. Es un personaje absurdo y quizá un poco loco, pero Selvas lo defiende con todo el orgullo y la pasión que demanda.


Los otros personajes parecen auxiliares, pero también son claves. SandraMonclús, la actriz en horas bajas, tiene que defenderse casi exclusivamente a base de gestualidad (contenida) de los ataques de Selvas. Y consigue que el espectador en todo momento sea consciente de la dura prueba por la que está pasando sin ser descaradamente explícita. Por su parte, Norbert Martínez se hace con el personaje del ayudante de Selvas a través de una actividad constante y una capacidad para hacerse simpático pese a sus continuas meteduras de pata. Como en toda gran comedia que pretende ir más allá de la caricatura, la gracia no consiste en reírse de unos patéticos personajes, sino en llegar a comprenderlos en su abismal estupidez.


Julio Manrique, como ya vimos en AmericanBuffalo, demuestra que es un director capaz de sacar el máximo provecho de las condiciones más austeras. Parece imposible exprimir más (en el buen sentido) un texto y a unos actores de lo que él hace. También de American Buffalo repite Lluc Castells, quien vuelve a bordar una escenografía exacta y dispuesta para dar todo el juego posible. No nos sorprenden las buenas noticias que nos llegan desde el Teatro Romea, y pese al descorazonador aspecto de las gradas de la sala pequeña del María Guerrero el día en que asistimos al espectáculo, esperamos poder volver a ver con asiduidad a Manrique y compañía por Madrid. 

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