miércoles, 12 de octubre de 2011

Veraneantes (Teatro de La Abadía)


Lo malo de que alguien esté de moda es lo difícil que se pone conseguir entradas. Y lo peor de haber acumulado grandes expectativas hacia una obra es que luego te encuentres con una decepción del copón. Antes de escribir este comentario hemos vuelto a leer algunas reseñas de Vereneantes que se publicaron en el momento de su estreno e incluso hemos ojeados otras por primera vez, y nuestro desconcierto se ha acrecentado: donde nosotros vimos una obra autocomplaciente, tediosa, antipática y repleta de personajes que no hay por donde coger, parece que la unión de críticos ha encontrado la última maravilla del teatro universal. Y teniendo en cuenta el perpetuado cartel de no hay entradas y la reacción del público en la sesión a la que asistimos, parece que no están solos.


Hace unos meses se estrenó la película Pequeñas mentiras sinimportancia, una gran éxito en Francia y con buena acogida en general. Resulta que, además de tener un argumento y unos personajes sorprendentemente parecidos a Veraneantes, e incluso un final redundante casi clavado (y que quede claro que no hablamos de plagio ni nada parecido, las secuencias temporales lo harían imposible además de absurdo), nos pareció una de las películas más repelentes y estomagantes del año, con unas criaturas a las que no te gustaría acercarte ni para cruzar la acera.


¿Qué nos pasa, entonces? ¿Será posible que no nos enteremos de nada y que seamos incapaces de comprender lo que está delante de nuestros ojos? ¿Se nos ha agriado el gusto y ahora no vemos una obra maestra ni aunque nos salte encima? Ni idea, pero esto es lo que vimos.


La función comienza... ¡con una canción! Vaya, vaya, qué sorpresa, todos los actores cantando y bailando en el escenario, esto no lo habíamos visto en los últimos tres días. Luego se moderan y ya empiezan a hablar. Son muy educados y cultos, pero se ve que tiene un doble fondo. Al final te digo yo que esto no va a ser tan bonito. Mira, ya empiezan a criticarse a espaldas de los otros. Tenemos una mujer (Bárbara Lennie) muy bella y muy ensimismada que sufre mucho: una niñata malcriada (no lo decimos nosotros, eh, se lo dice otro personaje, nosotros nos limitamos a asentir). El otro es su marido (Israel Elejalde), un personaje sibilino, hipócrita, machista, corrupto, trepa, despiadado. Ahora me dirás que es un político. ¿Cómo lo has adivinado? Es imposible, si no es para nada un personaje estereotipado ni nada. Bueno, el político tiene un amigo (Raúl Prieto) que es un constructor al que le importa poco que sus obreros se mueran en la obra y que es un maltratador. No, pero los trazos no son tan gruesos, que también tiene su corazón y ama a su mujer (Elisabet Gelabert), y ella, aunque le ponga los cuernos, también le quiere y al final se van juntos, eso es muy impredicibilísimo.


Ella, te acuerdas, tiene un hermano (Francesco Carril) que es un poco alocado, es joven pero está de vuelta de todo, y es que ya sabes, esta generación tan preparada y tan mimada, y bueno, es un protoindignado que canta. Pero para que veas, nada de un discurso echando la culpa a los padres, solo hay tres insinuaciones casi sutiles. Luego está la amiga de juventud de la mujer (MiriamMontilla), que ahora es también su criada, que no se te escapen las contradicciones del sistema, los ricos muy concienciados (sic), pero luego usan a sus amigas como les convienen. Esta mujer dice algunas verdades, pero a gritos. Además hay otra mujer, la hermana del marido (Lidia Otón), que no te lo vas a creer, pero es un tópico con patas, una espiritual que va de blanco y habla de yoga y es como muy tonta. La que falta es la voz de la conciencia (Manuela Paso), que martiriza a todos con sus sermones y su buena alma, pero a que no te lo imaginas, resulta que también se vende por un plato de lentejas. Por el lado masculino tenemos a un músico (CristóbalSuárez) que, maldita sea, también se corrompe por un poco de éxito, si te digo la verdad no sé qué más hace en la obra. También sale un escritor (Ernesto Arias) que... pues sí, ahora te lo veías venir, vende su alma por un bestseller y luego ya no le apetece escribir. Y para terminar, un exconstructor (Chema Muñoz) que parece que se ha reformado de lo suyo. Si te digo la verdad, este es el único personaje que soporté, al menos ya se había vendido antes.


En realidad, incluso podríamos entender que una obra así pueda gustar. La puesta y la escritura de Miguel del Arco son tan, cómo lo diríamos, “compactos” (perdón por las comillas) como los aspectos técnicos de la obra. Los actores, con la carga de sus insoportables personajes a cuestas, excepto en un par de casos, están a un gran nivel. Y se nos ocurren dos alternativas psicointerpretativas: al público le encanta ver a este conjunto de miserables porque piensa que, bueno, menos mal que yo no soy así; o porque piensa, bueno, yo no soy el único así.


No hay comentarios:

Publicar un comentario