lunes, 5 de diciembre de 2011

Münchhausen (Teatro Valle-Inclán)


Münchausen parece la típica obra de teatro en la que el conjunto resulta inferior a sus partes. Nada nos pareció excesivamente reprochable, casi todo nos gustó con moderación e incluso entusiasmo, y sin embargo, parece que le falta algo. Veamos.

El tema en sí, el síndrome de Münchhusen, nos parece lleno de posibilidades, y además poco o nada transitado hasta el momento. El enfoque de Lucía Vilanova nos parece apropiado y muy defendible, un estudio sobre familias y otros animales. La dirección de Salva Bolta es elegantísima, sin cargar las tintas en ningún momento y con una sobriedad que, dado el tema, se agradece. La escenografía de PacoAzorín se ajusta a las mil maravillas a la idea de la puesta en escena, y unida a la música y las luces crean un clima frío, sí, pero también inquietante, una casa donde el dolor casi se percibe físicamente.

A Carmen Conesa nos gustaría verla en todos los espectáculos a los que asistimos. Es sólida, es empática, tiene una voz y una presencia de enjundia. Sus escenas con Adolfo Fernández están entre lo mejor de la función, dos personajes que se conocen a la perfección, que saben lo que el otro quiere decir cuando no dice nada. David Castillo tiene que hacer frente a la parte más difícil: que un chaval de su edad tenga que llevar el peso por sí solo de una función tan retorcida como Münchhausen es una tarea casi imposible, y que él solventa con calidez y con la ayuda de Samuel Viyuela y de Macarena Sanz. Teresa Lozano e Ileana Wilson ponen la parte cómica en una obra que necesita un punto de fuga a riesgo de explotar.

Entonces, ¿cuál es el problema? La mejor escena de la función, justo antes del final, es cuando cada personaje empieza a imitar a su contrario y dice lo que estos no se atreven a soltar y tienen que oír lo que ellos no quieren escuchar. Probemos algo parecido.

Sí, Vilanova acierta en el tono que ha dado a su relato, pero quizá algo falla en la estructura dramática. La progresión, pautada por indicaciones del paso del tiempo (lo cual, casi siempre es mala señal), a menudo cae en las reiteraciones (sobre todo en las conversaciones entre los gemelos) y llegado un punto, parece que no sabe hacia dónde ir, que ha perdido de vista lo fundamental para recrearse en lo accesorio, con escenas dedicadas a personajes mucho menos interesantes que la madre y el hijo. La puesta es sutil y bonita, pero también peca de asepsia. Es verdad que, dado el tema, se agradece cierto distanciamiento, pero esta propensión a la frialdad aleja al espectador de la emoción (salvo en su fulgurante final).

Nada podemos encontrar para matizar los elogios a Conesa y Fernández. En cuanto a Castillo, aún valorando su tremendo valor, creemos que es demasiado arriesgado poner a un actor tan joven como pilar de una obra tan dura y enrevesada. Hace lo que puede y no creemos que otros intérpretes pudieran hacerlo mejor, pero es demasiada responsabilidad. Viyuela lo tiene algo más fácil y cumple con solvencia, mientras que Sanz no desaprovecha sus oportunidades para lucirse, aunque a veces quizá se meta demasiado en su papel de actriz-actriz. En cuanto a Lozano y Wilson, nos tememos que aquí está la parte más débil del montaje. Entre la sobreactuación gracioseta y unos personajes como fuera de contexto, poco pueden hacer para que no parezca que sobran. La parte cómica era necesaria, pero desgraciadamente está poco conseguida y es más un injerto que una parte viva.

Esperamos no dar la impresión con este juego de espejos de que Münchhausen es una mala obra. Muy al contrario, tiene tantos puntos a favor que sus defectos casi se pueden pasar por alto. Vilanova y Bolta son creadores con mucho por decir y por lo demostrado en esta obra, merecerá la pena seguir sus carreras. 

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