jueves, 8 de diciembre de 2011

Los sobrinos del capitán Grant (Teatro de la Zarzuela)


Deberíamos ir más a menudo al Teatro de la Zarzuela. Si no por su programación, al menos por su público, sin duda el mejor de Madrid. Incluso en esta ocasión, cuando al llegar nos dio la impresión de habernos equivocado de camino y de estar en cortilandia (tal era la marea de niños), fue un placer compartir espectáculo con una audiencia entusiasta, agradecida e implicada. Cierto que durante toda la representación se oyó un runrún imparable, que de vez en cuando atronaron algunos lloros e incluso que algunos momentos causaron pavor y algún gritito horrorizado. Pero sabíamos a lo que íbamos y todo esto también se puede apreciar como parte del espectáculo.


Ya hace tantos años que vimos Los sobrinos del capitán Grant que nos parece inverosímil. Tanto que o hemos olvidado muchísimas cosas, o la función, sobre todo en su segunda parte, ha variado casi por completo. Da igual, incluso mejor, así podemos disfrutarla de nuevas. Porque un espectáculo como este es necesario al menos una vez al año. Se trata de un teatro de efectos, poco practicado y que, por motivos de presupuesto, mucho nos tememos que no se va a poner precisamente de moda próximamente. 

Paco Mir, con un derroche de inventiva tanto en la puesta en escena como en la versión, proporciona un derroche de alegría sin remordimientos, pura euforia sobre las tablas. Los chistes son tantos que los hay redondos y prescindibles, pero da igual, con que la mitad acierten, ya tienes de sobra para no abandonar el buen humor durante más de tres horas. Los decorados, el vestuario, la iluminación y, por supuesto, la música... todo funciona a la perfección para que el espectador, abandonado cualquier prejuicio estético, disfrute sin mirar el reloj ni una sola vez.

Y qué decir de los actores. Son tantos que no se pueden enumerar, pero incluso entre los protagonistas sería difícil destacar a alguno. Millán Salcedo esta irresistible, hasta sus muecas parecen precisas y ajustadas al personaje. Fernando Conde tiene otro de esos personajes para llevárselo a casa y no soltarlo. Maribel Lara tiene gracia y canta fenomenal. Richard Collins-Moore una vez más aprovecha su aspecto y su inglés para fabricar un británico no por estereotipado menos divertido, como su acompañante María Rey-Joly, que también tiene una voz privilegiada...

Incluso las partes que menos nos gustaron, como la recreación marina, contaron con el beneplácito entusiasta del público. También las reiteraciones un poco facilonas, como la llama omnipresente, fueron saludadas una y otra vez con jolgorio. Y es que la obra, que nunca pierde la autoconsciencia, pero que tampoco pretende ser más lista de lo que es, invita a ser vista con ojos limpios, a dejarse llevar por el juego. Por eso, como decíamos, habría que ver algo así por lo menos anualmente. No necesariamente tendría que ser siempre Los sobrinos del capitán Grant, pero tampoco nos quejaremos.

Nota aparte: durante el intermedio, en el inusitadamente poco concurrido espacio para fumadores (después de todo, la mayoría del público era menor de 12 años o mayor de 70), nos fijamos en que un restaurante enfrentado al teatro luce el muy zarzuelero cartel de “Los Ángeles-Chicago-Zaragoza”. Como dice el subteniente Mochila tras una de las inverosímiles gracietas de la función: “¡Viva España!”.

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