lunes, 10 de diciembre de 2012

Atlas de geografía humana (Teatro María Guerrero)


Pese a que dura poco más de una hora, en Atlas de geografía humana cabe de todo: primero el desconcierto, después una sucesión de breves monólogos que parecen una antología de clichés, y todavía alguna proclama patidifusitoria: nunca hasta ahora habíamos escuchado un alegato de madrileñismo victimista, y francamente esperemos que no se difunda, porque lo único que nos hacía falta era otro grupo de quejicas históricos.

Pero en la función también hay espacio para unas actuaciones estupendas, para algunos momentos en los que los lugares comunes dan paso a verdadera emoción. Desde que las compañeras de trabajo se reúnen para celebrar una catártica cena, la obra adquiere fluidez, y aunque no es capaz de librarse de algunos altibajos, al menos también ofrece destellos que justifican su visionado.

No hemos leído la novela de Almudena Grandes en la que se basa este espectáculo, pero las dificultades de adaptar un libro de más de 600 páginas a una duración tan escasa sin duda han supuesto un problema que LuisGarcía-Araus no ha sabido resolver con total satisfacción. Por un lado es fácil caer en el esquematismo de “historia de mujeres” que al tratar de alejarse de la convención más rancia se vaya al otro extremo y ceda ante unos estereotipos opuestos, pero igual de esquemáticos. Pero quizá el mayor problema sea el estructural, al no haber sido capaz de encontrar una narración coherente.

La puesta en escena de Juanfran Rodríguez trata de acomodarse al difícil espacio de la sala pequeña del María Guerrero aprovechando toda la extensión y haciendo buen uso del off. También da fluidez a la sucesión de intervenciones de la primera parte gracias a una continuidad que evita marcar las transiciones a través del hábil uso del violinista Ángel Ruiz y de la movilidad que otorga a las actrices.

Y aquí llegamos al punto fuerte de la función. Para empezar a lo grande, diremos que Arantxa Aranguren está soberbia en su papel de antigua izquierdista desilusionada. Sí, el personaje es tan predecible como suena, pero la actriz logra que nos lo creamos, que su melancolía, su rabia, pero también su ilusión suenen a verdad. Cuando ella habla, se olvidan las artificiosidades y los trucos dramáticos.

Aunque las demás actrices también estén a gran altura, no logran que sus personajes den este salto de verosimilitud. A Ana Otero le toca lidiar con la mujer que tuvo una hija de joven, que se divorció de un tirano y que ahora espera la segunda oportunidad. Otero transmite su atractivo y mueve a la implicación del público, pero escenas como su conversación con la madre, casi de stand-up, no hay por dónde cogerlas.

Nieve de Medina, además de tener que hacer frente a su arrebato madrileñista, también tiene que cargar con una peluquería y vestuario que parecen diseñados por sus peores enemigos. Sin embargo, evita que su personaje caiga en el ridículo y muestra una dignidad más allá de lo que está en el texto. Rosa Savoini tampoco lo tiene fácil con un personaje de solterona que no es solterona porque eso es muy antiguo pero que sí que es una solterona. Podría haber servido para dar un cariz más humorístico a las historias, pero con recursos como el tartamudeo de ida y vuelta es difícil conseguir gran cosa.

Nos tememos que la función, que en todo momento juega a la baza de la identificación, solo logró esta conexión en los momentos en los que parte del público identificaba algunas escenas con las leídas en la novela. Sin embargo, si la empatía no se alcanzó a través de unos personajes poco desarrollados, por momentos sí que pudo producirse a través de unas actrices que sí son mujeres de verdad.

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