Estoy convencido de que habría sido necesario inventar el telón cortafuegos incluso si Europa ignorara las medidas oficiales destinadas a la prevención de incendios... qué digo, incluso si ignoráramos los incendios. Cada noche, tras el final de una representación y antes de que se cerraran las puertas, un dispositivo hidráulico hacía bajar el telón cortafuegos. Descendía antes que los telones, entre la fosa de la orquesta y las candilejas, de forma que cerraba herméticamente la sala para impedir que llamas prendieran en los decorados. Tal es su función técnica. Cuando vuelve a caer, la noche se adueña de la sala, y el teatro entero se duerme. Pero dos o tres veces al año, sucede que incluso entonces algunos espectadores entusiastas se quedan de pie entre las filas de asientos y no quieren dejar de aplaudir. Las vendedoras de programas han vuelto a sus casa, los actores están a punto de desmaquillarse, las luces se apagan, pero esos impenitentes se obstinan en aplaudir más y más. Hasta que, al fin, una pequeña puerta se abre en el inmenso telón cortafuegos y los actores principales, ya sin peluca, vestidos como sus personajes o en traje de calle, se inclinan por última vez. Otra última vez. Esas noches, el gerente coge un lápiz rojo para anotar en su informe diario TELÓN CORTAFUEGOS. Y en mi opinión, es sobre todo por esto para lo que se ha inventado el telón cortafuegos.
Max Opüls. Spiel im Dasein, 1959
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