Hoy empezaremos con la reacción del (agradecido) público. Risas cuando son necesarias, carcajadas en los momentos pautados, inundación de lágrimas en la conclusión. ¿La obra es realmente tan buena? o ¿La obra es realmente tan mala? (que diría un esnob). En realidad la función es muy buena y muy mala, lo que explica por una parte que se produzcan estas reacciones, y por otra que sean tan exageradas.
Como es obvio, lo mejor del espectáculo es Miguel Ángel Solá, uno de los grandes actores de la escena contemporánea, quien aquí tiene un falso gran papel. En principio su personaje le permite pasar por un niño travieso, un adolescente impertinente, un joven inseguro, un autor de éxito... Vamos, un repertorio completo para lucirse. Pero en realidad se trata de un comodín siempre al servicio de la verdadera protagonista de la función, Blanca Oteyza. Si en Hoy: El Diario de Adán y Eva, de Mark Twain, Solá era el centro absoluto de la pieza, aquí el eje es Oteyza, gran actriz que sin embargo no es seguramente la más apropiada para este papel.
En la puesta en escena de Manuel González Gil se ha optado por una falsa desnudez (no hay decorado, pero los cambios de luces y de unas cajas multiusos sirven de fondo; Solá no va “vestido” pero el vestuario de Oteyza daría para un elenco completo), incluso en algún momento se cita a Brecht, pero pese a la interacción con el público, aquí no hay nada de distanciamiento: todo es puro melodrama.
La parte más reída por el público es en la que madre e hijo discuten sobre las inverosimilitudes de una novela. Ciertamente graciosa, uno de los puntos que enfrenta a ambos es que en dicha obra se gastan más de cincuenta páginas con los últimos pensamientos de la protagonista. La misma duda nos surge: ¿realmente da una escena de estas características para media hora de diálogo? Así, pese a que pasan unos veinte años, no hay evolución en los personajes, y la madre no deja de ser ese objeto de adoración incondicional tan típico en ciertas producciones hollywoodienses (por algún motivo, recuerda al estilo de George Stevens).
Los sollozos llegaron con la escena final, que no deja el menor atisbo para la sorpresa y que arruina sus posibilidades dramáticas al caer de lleno en el sentimentalismo. Directores de teatro y cine argentino han traído a España su talento para darnos algunas de las películas y obras de teatro más estimulantes de los últimos años, pero también se sumergen a menudo en un tópico (de los ciertos) del que tendrían que huir como de la peste: a veces se hacen tan ñoños y sentimentaloides que provocan ataques de diabetes. Si el material que tienen es bueno (y el que ofrece Tremblay es como mínimo digno), por favor, no hace falta cargar tanto las tintas, que tenemos una obra sobre una madre “fabulosa!!!”, con que te pases un poco de rosca ya has entrado en arenas movedizas. Así tendrás nuestras lágrimas, pero no nuestro reconocimiento.
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