Dado
que parece una verdad universalmente reconocida que Miguel del Arco
es lo más, quizá deberíamos dedicar esta entrada a analizar qué
hay de malo en nosotros para que no le encontremos el punto. Pero
sería poco interesante y autoindulgente (¿dónde hemos visto esas
características últimamente?). No, intentaremos centrarnos en la
obra sin caer en el sarcasmo al que nos vimos arrastrados al hablar
de Veraneantes.
Lo
primero que nos molesta ligeramente (si la obra nos hubiera gustado,
lo reconocemos, ni tan siquiera lo citaríamos) es que se haya
elegido El inspector para contar una historia en la que el
argumento de Gógol queda tan difuminado que se podría haber elegido
cualquiera de las otras 40.000 obras con una idea parecida, o
simplemente haber hecho una historia original. Pero claro, entonces
no sería Gógol.
Luego
enseguida empieza a incordiarnos lo mismo que nos atormentó en
Veraneantes: ¿pero cómo se puede ser tan obvio? No
recordamos dónde hemos leído recientemente que “los sociólogos
sirven para explicar aquello que todo el mundo ya sabe”. Pues bien,
la obra de Del Arco se empeña en recordarnos lo que estamos hartos
de ver. Cierto que la realidad actual da para hacer una farsa casi
sola... pero solo casi. Si no se da una vuelta, si no se aplica algo
de ingenio, lo que queda es un cansino guiño tipo “¿entendéis lo
que estoy diciendo, no?, ¿sabéis a quién me refiero, verdad?”.
Es parecido a lo de Españistán: todo eso ya lo sabíamos. Ahora,
¿qué tienes que decirme tú.
Por
si fuera poco, los subrayados esta vez son todavía más evidentes.
¡Hay hasta música! Sí, cuando alguien dice algo ridículo, suena
una flauta alicaída. Una gran idea es acogida con un redoble. Las
escenas románticas tienen violines. Ah, que eso es metateatral,
burla de las convenciones. Qué divertido. Y otra, los apartes
anunciados por un timbre y un foco sobre el actor. Qué audacia. Solo
falta que se lleve el espíritu brechtiano al extremo y que
aparecieran grandes cartelones advirtiendo a los espectadores más
despistados: AHORA ESTAMOS HABLANDO DE VALENCIA. ESTO ES POR LO DE
EUROVEGAS.
Llega
el final... y sí, se atreven a hacerlo. Ponen algunos eslóganes del
15-M. Para que se vea de qué lado estamos, por si alguien no se
había percatado. Ah, y por lo de Brecht, suponemos, también hay
canciones. Un montón. Porque esta es la historia más antigua, pero
nosotros somo modernos...
Vaya,
al final nos hemos puesto sarcásticos sin querer. Quizá es que
somos unos envidiosos y como gran parte del público parecía estar
pasándoselo fenomenal mientras nosotros solo éramos capaces de
sonreír de vez en cuando poniendo mucho de nuestra parte, estamos
resentidos. Pero también tenemos algunas cosas buenas que decir.
Fundamentalmente,
se trata de los actores. Casi todo el reparto está muy bien en casi
todos sus papeles. Gonzalo de Castro asume a la perfección su
caricaturesco personaje (aquí hay discusión sobre a quién retrata,
será una mezcla) y le da la seriedad que merece. Pilar Castro está
estupenda como su mujer con delirios de grandeza y Macarena Sanz la
acompaña con gracia. También destacan Juan Antonio Lumbreras cuando
es el imparable inspector, y sobre todo Ángel Ruiz, prodigioso en su
encarnación de cantante de provincias tipo triunfito.
La
escenografía de Eduardo Moreno es muy notable y el ritmo de los gags
es, casi siempre, muy atinado. Ahora que lo pensamos, quizá lo que
le vendría bien a del Arco fuera alguien que le ayudara a limar la
escritura para que no cayera tan a menudo en los golpes de efecto y
los trucos fáciles de identificación y sobreentendidos. Pero parece
que a la mayoría le convence tal como es, y la mayoría siempre
tiene razón, ¿no?
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