domingo, 13 de mayo de 2012

Juego de cartas 1: Picas (Teatro Circo Price)


Sería difícil encontrar dos espectáculos más diferentes que The Suit y Juego de cartas 1: Picas aún buscándolos. Pese a nuestra inclinación por las propuestas más depuradas en las que se pone en valor ante todo en el texto y las actuaciones, tampoco somos radicales que huyan de todo lo que huela a montaje “de director”. Es más, reconocemos que esperábamos esta función de Ex-Machina con una expectación desorbitada. Por eso nos encantaría poder hablar maravillas de la obra, pero no vamos a poder.

En Vida en escena siempre obviamos contar el argumento de las obras no porque creamos que no tenga importancia, sino porque creemos que los enlaces ya cumplen esa misión si alguien está interesado. Sin embargo, si tuviéramos que hacerlo, con Juego de cartas 1 nos veríamos en un aprieto. Bush II acaba de declarar la guerra a Irak mientras un grupo variopinto de personajes pasa unos días en un hotel de Las Vegas. Seguramente haya en el texto un simbolismo que no hemos sido capaces de captar, pero la verdad es que escenas como la de la catarsis chamánica casi al final nos hace pensar que no, que aquí se ha dado prioridad a la construcción de imágenes frente al trazado dramático. Es una opción válida, pero tiene sus importantes pegas.

Primero, dejemos claro que se trata de un montaje deslumbrante. La escenografía de Jean Hazel es tan rica que parece inacabable. La estructura del Price permite jugar con el escenario redondo de tal manera que la compañía parece sacar recursos más allá de donde la imaginación más desbordante podría pensar y los hallazgos son continuos. La atmósfera cambia cada cinco minutos y las imágenes son poderosas y sugerentes. El hotel de Las Vegas, el campo de entrenamiento, la piscina, el desierto... son escenarios perfectamente logrados en gran parte también gracias al extraordinario trabajo de iluminación de Louis-Xavier Gagnon-Lebrun, seguramente el más espectacular que hayamos visto.

Pero... cuando todo está al servicio de la escenografía, es que algo falla. Sí, el despliegue de habilidades y de recursos escénicos de Robert Lepage y compañía pueden dejarnos con la boca abierta, pero el desarrollo dramático es errático. La historia no acaba de definirse en ningún momento, y cuando eso sucede, el espectador se queda al margen. En las escenas hay casi tantos momentos intrascendentes como logros reales. A menudo da la sensación de que simplemente se está haciendo tiempo para permitir a los técnicos hacer un cambio de escenario, y las abundantes transiciones solo ralentizan el ritmo y quiebran la continuidad.

Para salvar el elemento teatral más humano y menos mecánico tenemos el excelente trabajo de los actores. Aunque solo sean seis parecen muchos más (sudores da pensar en los métodos para propiciar sus rápidos cambios de vestuario y estética). En esta obra su trabajo también incluye participación en la creación del texto, pero lejos de dar un tono de naturalidad como sucede en las películas de Mike Leigh, aquí muchas veces se cae en la banalidad, ni tan siquiera en el lucimiento.

En cualquier caso, se trata de una propuesta estimable que pese a sus tres horas no se hace aburrida, aunque sí algo rutinaria, y que merece la pena por ofrecer soluciones escénicas innovadoras y un trabajo actoral colorido y proteico. Sin embargo, hemos de decir que el público no tuvo su mejor tarde. El hecho de que la obra no tenga intermedio hizo que el goteo de gente que abandonaba la sala ya fuera momentánea o definitivamente fuera constante. Además, las luces de los móviles no dejaban de iluminar las gradas y para colmo, al terminar se multiplicó la habitual y lamentable costumbre de la desbandada previa a terminar la ronda de aplausos (¿de verdad después de tres horas no se pueden aguantar dos minutos más hasta que termine el ritual?). También se produjo un desagradable incidente con unos impresentables que mostraron su desagrado con la obra lanzando vulgares improperios a los actores. Antes de entrar alguien nos preguntó que si lo que había ahí dentro era algo de fútbol. Parece que otros despistados creyeron lo mismo. 

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