viernes, 16 de mayo de 2014

Aventura! (Teatros del Canal)

Es suficiente ver un cartel en el que aparecen las palabras Aventura, T de Teatre y Alfredo Sanzol para que el aficionado teatral comience a salivar. Y no solo por el espléndido recuerdo de Delicadas, sino porque cada nueva propuesta de Sanzol genera las más altas expectativas. Lo cual no siempre es bueno, pues por norma general es infrecuente que las esperanzas se vean colmadas. Quizá por eso al finalizar la función de Aventura! tanto nuestra sensación como la que nos pareció percibir en el ambiente era de cierta frialdad: habíamos asistido a una buena obra de teatro, pero sin la chispa a la que Sanzol nos tiene acostumbrados.

Se podría pensar que todo autor dramático que se precie tiene que dar prueba de su compromiso entregando una obra sobre “la crisis”, pero por otra parte también parece algo inevitable: permanecer ajenos a todo lo que está pasando más que una muestra de soberbia o falta de sensibilidad sería casi un acto de enajenación. La cuestión es cómo poner sobre las tablas esta intención de “hacer algo”. Se puede tirar por lo obvio, por la indignación aspaventosa, por la reiteración en lo sabido, por la proclama. También se puede hacer algo más sutil y más personal, algo sorprendente, y este es el camino emprendido por Sanzol.

Más allá de la obvia referencia a Brecht, Sanzol salpica la historia de su personal estilo, lo cual supone algunos problemas. En sus obras de scketches cada gag tiene una estructura muy controlada en la que no se necesita un gran desarrollo de caracteres, pero en Aventura! nos encontramos con que los personajes aparecen poco definidos, sin que lleguemos a saber nunca ni sus motivaciones profundas ni podamos justificar sus cuestionables decisiones. Y, lo que es peor, tampoco nos importe demasiado lo que les pueda pasar. Tenemos un dilema bien planteado, que puede dar mucho juego, pero luego nos vemos frustrados porque no hay una verdadera discusión, una lucha de ideas o contradicciones.

Quizá sabedor de este punto débil, Sanzol se lo toma con calma antes de llegar al momento de no retorno. En esta ocasión plantea un curioso sistema que combina escenas a toda velocidad con momentos de reposo en los que el tiempo parece detenerse. Los diálogos se precipitan sin solución de continuidad y pasamos de una escena a otra sin que nada indique el cambio de perspectiva. Aquí nos encontramos toda la brillantez de sus diálogos, su facilidad para crear situaciones incómodas y esas gotas de locura que hacen su teatro tan particular. Tampoco pueden faltar un par de manifiestos sobre lo hartos que estamos de todo y que las cosas tienen que cambiar y todo eso.

Las actrices tratan de dar chicha a sus escuálidos personajes y al menos logran caracterizarlos con unas pocas pinceladas. Carme Pla parece fuerte y decidida, pero sus motivos son tan peregrinos como simples intuiciones. Parece sobre todo agotada, dispuesta a renunciar a todo simplemente por cambiar. Marta Pérez es la más indecisa, siempre hace las cosas sin querer, dejándose llevar, mientras que Mamen Duch es todo lo contrario, impetuosa y con la voz de mando. Àgata Roca tiene el personaje más complejo, el que no sabemos por dónde saldrá ni qué es lo que realmente está buscando. Alberto Ribalta tiene el personaje campanudo. Empieza con una evocación bucólica y acaba tan desesperado como todos, sin saber por qué todo se ha ido al garete. Su chino empieza teniendo gracia, pero quizá el gag se alarga demasiado. Jordi Rico está muy suelto dando vueltas por la oficina e inmejorable como lunático abrazadólmenes.


Poco hay que añadir del mérito de estas excelentes actrices y actores, aunque si nos sorprendió que a pesar de su perfecto tempo y la naturalidad de su trabajo conjunto, hubiera ciertos desfases como de obra poco rodada. Al final, todos tienen que tomar una decisión, y se supone que con ellos el público. Que después vendrá el ¿y tú que harías? Los, sí, pero. Y sin embargo no fue así. No nos había dado más materiales de discusión de los que podría salir de una charla de bar. En el fondo, no nos lo creíamos ni sentíamos ninguna simpatía por estos personajes que acabábamos de abandonar a su suerte. Son cosas que pueden pasar cuando se trata de convertir las metáforas en carne. 

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