miércoles, 2 de junio de 2010

Macbeth

Hay algunos sucesos que jalonan el año creando expectativas y centrando ilusiones durante meses. Desde hace un lustro, la visita a Madrid de la compañía Cheek by Jowl se ha convertido en una de los grandes acontecimientos anuales, más relevante que un cambio de estaciones, más trascendente que cualquier desvarío político.

Como ya nos hemos hecho con un cierto “estilo Donnellan”, nos parecían exageradas las apreciaciones sobre la extrema austeridad de su último montaje, y sin embargo los avisos eran ciertos. Un escenario vacío en el que los únicos elementos que dan algo de juego son las ya clásicas cajas de madera de Donnellan y Ormerod. Pero es que ni tan siquiera hay atrezo, incluso las dagas son invisibles. Por supuesto, también el vestuario es conciso, simples trajes negros. Y sin embargo tanta sencillez es apabullante. De la misma manera, los monólogos son recitados de frente: los actores se colocan en el centro del escenario y declaman las inmortales palabras de Shakespeare con una intensidad que jamás había visto. No hay nada con lo que distraerse, sencillamente tenemos una de las grandes tragedias salidas de una mente humana y unos actores que están a su altura.

Con Shakespeare a menudo sucede que al ser sus obras tan conocidas, lo que buscan los directores es epatar, buscar novedades a costa del texto, cuando no intentar situarse por encima de él. Donnellan apuesta, sabiamente, por lo contrario. Concentrarse en el valor de la palabra y disponer la puesta en escena para que los actores tengan la máxima libertad posible. A partir de ahí, la creatividad escena por escena no deja de sorprender. Es una delicia para cualquier aficionado al teatro ir descubriendo paso a paso las argucias usadas por el director para, con la renuncia absoluta a recursos artificiales, inventar las escenas. Desde el principio, con la inquietante aparición de las brujas en off, hasta el siempre escalofriante final, con una lucha de espadas imaginarias, Donnellan va sacando lo mejor de su experiencia para ofrecernos el más destilado espectáculo de teatro puro que hayamos visto. Esto nos lleva a pensar en que, siguiendo este camino de austeridad, la próxima propuesta del director consistirá en un único actor que recitará cualquiera de las obras de Shakespeare desde el centro del escenario. Y seguro que logrará hechizarnos.

Desde el principio, una de las cosas que más valoramos en las puestas de Donnellan fue su habilidad para dar ritmo a las obras a través del movimiento de los intérpretes (no en vano, la compañía cuenta con una directora de movimientos, Jane Gibson). El desgaste de los actores, que no paran un segundo, debe de ser monumental. Pero no se nota. El extraordinario Will Keen, uno de esos actores con tal fuerza escénica que parece que desprende energía (si le colocas una bombilla en el dedo, seguro que se enciende), expulsa sus monólogos a través de un catálogo de matices agotador. Es común la broma por la que las personas ajenas al mundo del teatro creen que lo más difícil de la actuación es aprenderse el texto. Como ignorantes de lo que supone la creación de un personaje, nos asombramos por la dificultad que debe suponer el aprendizaje de una gama casi infinita de expresiones faciales y corporales. El papel de Lady Macbeth es llevado con espanto por Anastasia Hille, que también sabe llevar a su personaje desde los más oscuros rincones de la obsesión por el poder hasta una locura nada estereotipada. Inolvidable su muerte dentro-fuera de escena.

A menudo se abusa del calificativo de “obra maestra” para cualquier tipo de expresión artística (o pseudoartística), pero en mi experiencia nunca he contemplado espectáculos que merezcan más este calificativo que las producciones de Cheek by Jowl. Es tan sencillo como que todo funciona a la perfección.

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