lunes, 7 de junio de 2010

Del maravilloso mundo de los animales: Los corderos

En realidad el desconcierto comienza antes de la función con un título incomprensible (y en mi opinión, desafortunado). Cuando el público entra en la sala, se encuentra con que algunos de los actores ya están en el escenario, costumbre que ya se está convirtiendo en habitual y que por algún motivo nos parece algo incómoda. Se escucha el aviso de que el espectáculo va a comenzar, se van apagando las luces, y los actores comienzan a hablar. ¿Pero qué están diciendo?

Lo de “kafkiano” ya se ha convertido en un adjetivo recurrente (como “dantesco” o “quijotesco”), de uso cotidiano y habitualmente usado por persona que no saben de lo que hablan (es decir, que no han leído a Kafka). En esta ocasión creo que aplicar a la obra esta calificación no sería algo gratuito, sino que la influencia del escritor judío es evidente. Nos encontramos ante una situación extraordinaria (un secuestro) asumida por sus protagonistas como un hecho de lo más normal. De ahí la incomodidad del espectador, que no sabe si reírse de lo absurdo de la situación o preocuparse por lo inquietante de la escena.

Lo normal sería que según va avanzando la trama se nos fueran dando detalles que nos permitieran ir trazando el fondo del argumento, pero bien al contrario, las cosas se van enredando según aparecen más personajes. Si al principio tenemos a Gómez y Berta, él secuestrado y ella que le reprocha su impertinencia, después aparece el vecino chiflado. Las cosas van cambiando de una frase a la siguiente e incluso dentro de la misma frase, y así como comedia y terror se entremezclan, también las relaciones entre los personajes varían. Ahora el vecino parece dominar la situación, ahora Berta le pone literalmente contra la pared. Aparece una maleta que también es en sí misma absurda. Y cuando surge una pistola, sale disparado de la habitación el padre. Pero si hay padre, también hay una hija. Un secuestrado, un matrimonio separado, una hija, un vecino y una pistola.

No sólo es que la acción se desarrolle sin descanso, es que la mente del espectador no puede parar ni un segundo tratando de dilucidar que es lo que está pasando. Y de repente, mientras está imbuido en sus pesquisas, un golpe cómico inesperado que le desconcierta aún más. Y otro. Y otro más. Porque si los diálogos funcionan (en un 80%), el ritmo tampoco decae en ningún momento.

Veronese se ha unido a la compañía andaluza Histrión Teatro para poner en escena una obra desconcertante en la que el final parece un añadido para dar una posible explicación lógica (junto al título, lo peor de la obra). La mezcla era llamativa y el resultado no lo es menos, pero es necesario ver propuestas tan alocadas de vez en cuando para que el teatro no se convierta en algo de lo que ya nos lo sabemos todo.

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