Es
intrigante que una obra tan menor como Ubu Roi no solo siga
representándose más de un siglo después de su estreno, sino que
sean grandes directores de escena los que se vean atraídos por este
texto... y que además el resultado sea fantástico. Creemos que,
quizá más por inconsciencia que por genio, Alfred Jarry supo captar
las tramas subterráneas de todo un género teatral (cuyo ejemplo más
destacado sería obviamente Macbeth). La exposición grotesca y
esquemática de estos lugares comunes da pie a juegos teatrales que
despiertan en los directores sus ansias de experimentar (con gaseosa)
y en el espectador sus ganas muchas veces refrenadas de reírse de
toda panoplia dramática.
Precisamente
Declan Donnellan dirigió hace pocos años un extraordinario Macbeth,
por lo que no nos cuesta demasiado establecer una completamente
gratuita e infundada teoría sobre sus motivos para una nueva puesta
en escena de Ubu Roi. Tras el paroxismo de la tragedia, no viene mal
un divertimento. Un divertimento que permite desplegar su espíritu
gamberro, sus ganas de arramblar con todas las convenciones, una
desinhibición de los buenos modales teatrales. Y con él, el
espectador también puede disfrutar de un respiro, de un dejarse
llevar por la disparatada historia de Ubu sin abandonar la sala del
teatro de calidad (por cierto, que la por una vez en apariencia
convencional escenografía de Nick Ormerod podría ser fácilmente
vista como una parodia de ese mismo teatro de calidad).
En
cualquier caso, es obvio que Donnellan ha disfrutado de lo lindo con
este juguete. En el largo vídeo inicial (que, unido a los primeros
minutos intrascendentes de la función hacen pensar si este es
nuestro Donnellan o nos hemos equivocado de sala) vemos todo el
arsenal que más tarde será utilizado. Ubu no deja de ser una
función escolar, y como en ellas, hay que recurrir al atrezo que
haya a mano e ingeniárselas. Cada objeto de la vida cotidiana
adquiere una nueva función, ingeniosa y a veces brillante.
Donnellan
tampoco se corta a la hora de echar mano de las convenciones más
ridículas de las historias de terror. Si las partes de transición
en el salón burgués recuerdan esas escenas de Jacques Tati en las
que los personajes hablan sin que se les entienda (o sin que importe
lo que dicen), las partes de la representación evocan las películas
sobre Poe de Roger Corman, o incluso más todavía El jovencito
Frankenstein, con puertas que chirrían, tormentas de nieve como
fondo y todo eso. En este sentido, el trabajo de Pascal Noel en la
iluminación y Davy Sladek y Paddy Cunneen en la música aportan ese
tono entre paródico y grandilocuente que tan bien se ajusta a las
pretensiones del director.
Si
estamos acostumbrados a que Donnellan nos descubra a grandes
intérpretes británicos (desde Will Keen y Tom Hiddleston hasta
Lydia Wilson), en esta ocasión podemos comprobar cómo se adapta a
los muy distintos actores franceses. Y el resultado es impresionante.
Christophe Grégoire, como Ubu, ejercita una actividad tan extenuante
que a mitad de función parece que no va a poder continuar. Su voz
impostada, su expresión corporal y su capacidad para ir de lo
amenazante a la grotesco dan todavía más valor a su creación.
Camille Cayol, la tía Ubu, no se queda atrás en su esfuerzo y logra
ser realmente dramática de golpe, sin aviso previo, cuando se
esperaba un chiste más, para a continuación dar otra vuelta de
tuerca y regresar al terreno de la parodia con la mayor naturalidad.
El resto del reparto, ágil en los juegos mímicos, como la
prodigiosa escena de la marcha atrás o en los divertidos cortes al
“mundo real”, se toma su tarea tan en serio como exige una broma
de este calibre.
Sería
absurdo pretender situar Ubu Roi en la misma categoría que los
dramas isabelinos habituales en Cheek by Jowl, así como tampoco nos
parece muy convincente intentar establecer interpretaciones sobre la
actualidad basándose en este montaje. Este Ubu Roi es simplemente
una comedia ligera, una diversión para recordarnos que no es
conveniente tomarse demasiado en serio el teatro (al menos no todo el
tiempo), y que de vez en cuando no está mal simplemente reírse y
pasárselo en grande. Pasa en las mejores compañías.