Con
obras como MoscúCercanías
tenemos que admitir un problema personal. Porque si bien admitimos
que se trata de una producción impecable, con una dramaturgia
trabajada, unos actores adecuados y una puesta en escena sin
altibajos, también es verdad que no nos gustó. Seguramente el
problema venga de nuestra intolerancia alcohólica: ninguna obra
protagonizada por un borracho podrá atraer nuestra atención. Si los
alcohólicos son insoportables en la realidad, decimos, ¿por qué
iban a ser atractivos en escena? No, son pesados, aburridos,
repetitivos. Y ni tan siquiera, nos parece en contra de la opinión
popular, dicen la verdad. En realidad son como actores que
sobreactúan, demasiado pendientes de que el foco les ilumine con
toda su intensidad.
Quizá
esta fobia explique que desde un principio nos sintiéramos ajenas a
la propuesta de Ángel Facio. Ese ángel paciente y comprensivo (más
que ángel, un santo) nos pone de los nervios, como siempre sucede
con las buenas personas. Ese borracho parlanchín nunca consigue
nuestra empatía, es demasiado cansino. Y los personajes que van
desfilando y las historias que Eroféiev va soltando nunca van más
allá de la categoría de anécdotas. Algunas tienen más o menos
gracia, otras nos parecen gratuitas, otras incomprensibles. Para
colmo, el final es absolutamente anticlimático. Los extractos de
películas de Eisenstein casi caen en el ridículo (parecen sketches
televisivos de esos en los que se toman escenas de películas
antiguas y se doblan en plan chorra), y cuando llega el inevitable
final del borracho, casi nos pilla desprevenidos.
Incidamos
un poco en los aspectos positivos. Si algo de falta a Facio, no es
precisamente oficio, y sabe dar ritmo a una propuesta que en
principio podría caer en el estatismo. Las escenas se suceden con
soltura y el texto, como pura creación literaria, es limpio y
expresivo. Alfonso Delgado, como borracho, tiene un rostro poderoso,
muy de ruso, y soporta las distancias cortas con un derroche de
energía. Sergio Macías, que combina al ángel plasta con una
galería pintoresca de personajes, no puede evitar cierta ñoñez
(aunque no lleve alas), pero se supera creando tipos a toda
velocidad, entre los que destaca el viejo intelectual desengañado.
Dos
por ciertos: dignos de aplausos el vestuario y el maquillaje, que
transforman a Macías en cuestión de segundos y convierten a Delgado
en un personaje tallado en piedra; y otra cosa, que si no supiéramos
que la obra está basada en una novela rusa, por momentos nos
parecería demasiado tópica como para ser original. Los rusos
borrachos que citan a Chéjov están demasiado vistos, pero al
parecer son un arquetipo convertido en realidad.