Después de haber visto desfilar por las tablas del Teatro Español a Luis XV y Luis XVI, al caballero d'Eon y a Benjamin Franklin, y hasta a Napoleón, pensamos que ya solo faltaba Molière. Pues bien, en la última (y peor) escena de la función, ahí estaba el maestro de la lengua francesa dando la bienvenido a Beaumarchais al mundo de los inmortales.
Sin embargo, si Beaumarchais sigue siendo conocido, al menos fuera de Francia, es más por las adaptaciones operísticas de Rossini y Mozart que por sus propias obras. Sacha Guitry, el autor de este panegírico, ni tan siquiera tiene esa suerte y fuera de los círculos más afrancesados de la cinefilia, su nombre apenas suena. Nosotros, que como Flotats no somos afrancesados, sino franceses, le tenemos en un altar. Un genio cuyas películas aún hoy siguen asombrando por su audacia y que además transmite una simpatía que le aleja de la pedantería en que podría caer en ocasiones. Por eso nos decepcionó un poco que tras la escena introductoria en la que Guitry anima a su compañía antes de iniciar el ensayo general de la obra, desaparece para no volver a asomarse. Nos relamemos pensando en lo interesante que podría haber sido un mise en abyme entre los propios actores de la compañía y sus personajes, un juego sin duda complejo y arriesgado, pero de infinitas posibilidades.
Por el contrario, lo que tenemos es algo mucho más clásico que posmoderno. Sin mantener una estructura dramática inflexible, se van sucediendo las escenas que narran la apasionante vida de Beaumarchais, resumida en viñetas demasiado proclives a centrarse en sus encuentros con los grandes personajes (un recurso muy habitual en las narraciones históricas y que ya se ha convertido en uno de los trucos que más nos desagrada). Todo en la función es sobresaliente: la escenografía, el vestuario, el tempo, las actuaciones... Y sin embargo nos queda la sensación de que le falta algo. Quizá sea que no tiene un verdadero poso dramático, no hay una intriga que vertebre la historia, o quizá sea que el tono ultra sofisticado acaba llevando a la extenuación por acumulación.
Pero quedémonos con sus valores. Ante todo, evidentemente, la actuación de Josep Maria Flotats. Una vez más ha sabido encontrar un personaje que le permite dar rienda suelta a sus puntos fuertes y no lo desaprovecha. A cualquiera le agrada pasar un par de horas con un personaje tan fascinante como Beaumarchais, y Flotats sabe hacerlo encantador, divertido, sagaz y brillante y, gloriosamente, no parecer insoportable. Frente a la decepción de un Pedro Casablanc que se tiene que conformar con un personaje que se limita a dar pies, destacaríamos a Raúl Arévalo, que sí puede sacar partido de un papel goloso como el del caballero d'Eon, ofreciendo una de las mejores escenas del espectáculo.