Parece
mentira, pero debe de ser verdad que de toda la vida el teatro
costumbrista ha sido a la vez el más exitoso y el más criticado. A
veces se ha disfrazado de tonos sociales para ser intelectualmente
aceptable (¡y casi siempre cuela!), pero cuando además tiene la
osadía de presentarse sin camuflaje y encima pretende ser divertido:
¡que se prepare! Se le acusará de convencional, de agarrarse a
viejos éxitos, de poco inventivo, de no arriesgar... Pero como el
público es así, pues arrasa y a esta gente le da igual, lo único
que parece importarle es llevar a la gente al teatro y que de paso se
diviertan, no tienen ninguna conciencia ni responsabilidad.
En
fin, no nos pongamos demasiado caústicos que al final acabaremos
pecando de obvios. Que El manual de la buena esposa
es un espectáculo estupendo. Con sus limitaciones, sí, con sus
altibajos, claro, pero no hay necesidad de justificarlo. Es gracioso,
ágil, está magníficamente interpretado y la gente llena el teatro
Lara para verlo. Alguien ha tenido muy buen olfato para pensar en una
producción de este tipo y ha sabido poner los mimbres para que la
apuesta le haya salido redonda.
La
dirección de Quino Falero no se complica la vida, pero ya sabemos
que hacerlo fácil es lo más difícil del mundo (pese a los que se
empeñan en decir lo contrario). Consigue que una función basada en
diferentes sketches escritos por seis autores de manera
independientes mantenga cierta unidad (más allá de la temática), y
que las diferentes escenas tengan una continuidad no forzada.
Entre
los autores está Alfredo Sanzol, y la verdad es que la obra entera
parece una de sus creaciones. Su aportación, Nazis
desnudas,
está entre lo mejor del espectáculo, con una progresión que no por
verse venir pierde en efectividad cómica. También destacaríamos El
elogio de la aguja,
de Verónica Fernández, en el que las tres actrices ya demuestran
todo lo que van a dar de sí, o All
You Need is Love,
de Juan Carlos Rubio, que empieza en Sepu y acaba con los Beatles. En
el único de los fragmentos en el que notamos un cierto
“adoctrinamiento” (¡como si no estuviéramos ya convencidos!) es
en Queridas
amigas,
de Miguel del Arco, que no obstante también tiene algún punto
cómico redondo.
Aparte
del acierto de los autores, sin duda el gran valor del espectáculo
está en sus actrices. Ya hemos hablado en otras ocasiones de nuestra
debilidad por Natalia Hernández, y aquí asistimos a su
requeteconfirmación. Su capacidad cómica supera todos los retos y
aprovecha cualquier oportunidad para magnificar la gracia. Su ímpetu
en la
aguja,
su desconcierto en Deslices
de Flecha,
de Anna R. Costa, su mímica en La
mujer española auténtica
nos hacen tener ganas de verla mucho más a menudo.
Llum Barrera arrasa desde el principio con su interpretación de Guindas
al pavo,
de Yolanda G. Serrano, y ya no hay quien la detenga. Mariola Fuentes
completa un trío fantástico con su capacidad para retratar a esa
española que cuando es rancia es más rancia que ninguna, y que
cuando tiene gracia no hay quien lo pueda soportar.
Esperamos
que El manual siga teniendo el éxito que se merece y que
entre unos proyectos audaces y personalísimos y otros, podamos
disfrutar de buen teatro comercial desprejuiciado.