A
veces parece que ocurrencias surgidas de un momento de aburrimiento
se convierten en lugares comunes a la velocidad de la luz. Así, la
idea de que el cine de terror vive un momento apoteósico (si no por
la calidad de las películas de este género, al menos sí por su
número) debido a la coyuntura socio-económica, se ha expandido con
tal rapidez que ya se da como un hecho comprobado. El personal quiere
sustos artificiales e incluso está dispuesto a pagar con tal de
pasarlo mal. De ser así, no entendemos que el circo no haya
recuperado su popularidad perdida. ¿Qué espectáculo hay más
sobrecogedor que el de unas trapecistas en pleno vuelo libre?
Sin
embargo, el circo no parece levantar cabeza. Cierto que desde la
reapertura del Price Madrid puede disfrutar del llamado “circo
moderno”, es decir, sin animales ni payasos y con una importante
aportación de la danza contemporánea. Pero sigue siendo algo casi
marginal, ni tan siquiera parece que los niños den mucho la tabarra
por sus ansias de ver los más atrevidos espectáculos. Por mucho
aire nuevo que le insuflen, parece algo del pasado, y hasta que el
péndulo de las modas no de las vueltas necesarias, nada se podrá
hacer para cambiarlo.
Propuestas
como Crece, sin embargo, no se rinden ante la evidencia.
Pretenden suministrar sangre nueva al circo y si bien el resultado es
ambiguo (nuevo, lo que se dice nuevo...), al menos nada se les puede
reprochar en cuanto al esfuerzo. Antes hablábamos del trapecio: el
espectáculo (casi) comienza por todo lo alto (literalmente) con un
número emocionante y bien diseñado. Pero empezar tan fuerte tiene
sus problemas: luego hay que mantener el listón, y no es tan fácil.
Por
ejemplo, si se busca la emoción, colocar la cuerda de la
funambulista a metro y medio del suelo no ayuda. Claro, que cuando
ves a la artista tropezarse, te alegras de que hayan ido a lo seguro.
Total, lo importante son los ejercicios atléticos, tampoco es que
queramos que se caiga... Luego hay más números interesantes, casi
todos por los aires, pero en todos da la sensación de que duran más
de lo necesario, que los artistas o sus entrenadores no han sabido
decir: hasta aquí hemos llegado. Así que llegado un punto, el
espectador empieza a aburrirse y presta más atención al foquista
que tiene a su lado que a lo que pasa en la pista.
Lo
peor es que, además de los números alargados, hay otros que no
están a la altura. Antes decíamos que los espectáculos modernos no
tienen payasos, pero aquí hay uno, y maldita la gracia. Y en
realidad hay varios, al menos payasos en el sentido despectivo (y
para nosotros equivocado) que tiene esa palabra en español. Es
decir, tipos que intentan provocar la risa sin éxito y a menudo
metiendo la pata. De igual manera decíamos que estos espectáculos
suelen tener sus gotas de danza moderna, y aunque el director de
Crece 2011 es el coreógrafo Roberto Oliván, en este caso la
mezcla sale poco fina y aunque los artistas ponen de su parte, se
nota que no es lo suyo y a veces parecen estar al borde da la
autoparodia, sobre todo cuando sucumben al cliché consistente en
correr y correr por toda la pista. Como colofón, también hay un
domador de cuerdas bastante desafortunado al que las cuerdas se le
rebelan y las bolas se le caen.
Pero
en cualquier caso, se nota el entusiasmo y el trabajo de todo el
equipo y pese a sus puntos débiles, es de admirar su empeño. Por
eso los abundantes aplausos finales son del todo merecidos.