Parece
que con las obras de Yasmina Reza siempre pasa lo mismo: al principio
son de una insoportable levedad, pero enseguida comienzan a golpear
al espectador, que al final sale con la sensación de que, lejos de
haber presenciado un pasatiempo ligero, va a necesitar varios
visionados para captar toda la profundidad del texto. Con Un dios salvaje
lo vamos a tener más fácil gracias a su extraordinaria versión
fílmica.
Hace
unos años pudimos ver la producción patria de esta misma obra, casi
unánimemente bien recibida, pero que a nosotros nos pesó demasiado
poco. Es decir, que en esta ocasión la levedad se impuso al
subtexto: quizá no teníamos el día para sutilezas. Pero con
ocasión de la película de Polanski, cada cinco minutos teníamos
que replantearnos nuestras opiniones previas, a cada gesto, tan
matizados que casi pasan desapercibidos, teníamos que volver a
plantearnos lo que habíamos visto hasta entonces. Pese a ser ágil y
divertida, casi sin quererlo (y, desde luego, y este es uno de sus
puntos fuertes, sin demostrarlo), la situación se va haciendo cada
vez más complejas, hasta el punto que no es fácil sacar ninguna
conclusión.
Sin
embargo, hay algo en la película que nos sigue carcomiendo. Y es su
ejemplaridad. Sí, tan perfecta es que creemos que sería una de las
películas más apropiadas para mostrar en un curso sobre cómo
adaptar una obra de teatro al cine. Primero está la escritura, obvio
es decirlo, con su magistral capacidad para hacer evolucionar la
historia con sutileza, ritmo y finura. Los tiempos están
perfectamente medidos en este crescendo
musical que juega con el espectador como quiere. Por supuesto,
también están los afilados diálogos, como en toda obra de teatro
que se precie, agudos, ingeniosos, incisivos. Pero, y esto es otro
sutil rasgo de su maestría, no excesivamente brillantes (para no
deslumbrar al espectador).
La
puesta en escena no se queda atrás. A estas alturas poco se puede
decir de Polanski, uno de los mejores directores de todos los
tiempos. En esta tour
de force
que es Un
dios salvaje
se desenvuelve con total conocimiento de las limitaciones y de las
oportunidades de la obra y saca todo el partido a los pequeños
detalles. Sin tener que preocuparse de grandes movimientos de cámara,
de extras, de efectos especiales, Polanski se centra en lo esencial:
ser claro, preciso y hábil en las insinuaciones. Y, por supuesto, en
la dirección de actores.
Se
diría que con gente como Jodie Foster, Kate Winslet, John C. Reilly
y Christopher Waltz no es necesario ser un genio para sacar un buen
trabajo. Pero sí que hay que cuidar la conjunción del grupo,
mantener un tono (dentro de las divergencias), conseguir que los
cambios de alianza que se suceden a lo largo de la película
funcionen, que sean creíbles. Y la verdad es que todos están
maravillosos, otro despliegue de saber hacer y, una vez más,
contenido, como para que no se note.
Hace
bastantes frases iniciamos un pero que no nos llevó a ningún sitio.
Lo que queríamos “objetar” es que la película es tan buena, tan
irreprochable, que se podría tomar como una lección. Sí, esto es
lo que hay que hacer, justo este ritmo, justo esta planificación de
escenas, justo este tono en los actores. Mirad y aprended. Y sin
embargo, nos hubiera gustado que se hubiera colado una pequeña
locura que la hiciera, quizá menos redonda, menos “clásica”,
pero más adorable.