Cuando
nos enteramos de que Donnellan y Ormerod finalmente iban a dirigir
una película y que esta iba a ser nada menos que una adaptación de
Bel Ami,
nos pudo el entusiasmo. Si eran capaces de hacer en cine lo que han
logrado en el teatro, podrían revolucionar un arte cada vez más
anquilosado. Pero tras ver el resultado, más que decepción sentimos
estupor: no solo era una película como las demás, sino que su
lujosa apariencia ni de lejos lograba tapar la incapacidad de su
actor para poner más de dos caras (y aún así, dos caras poco
creíbles). Si Donnellan es un renovador de la puesta en escena y un
consumado director de actores, ¿cómo era posible que le hubiera
salido una película embalsamada?
Bueno,
nos dijimos, es que los grandes directores de teatro no tienen por
qué destacar también en cine. Después de todo, Peter Brook tampoco
ha sido un realizador puntero. Así que al tener las entradas para
Las tres hermanas
nos olvidamos del reciente desliz y nos preparamos para lo mejor. Y
es que estamos hablando de: Chéjov, Donnellan, una compañía rusa.
¿Ofrece Madrid algo más apetitoso este otoño?
Pero
tenemos que ser sinceros. Si no hubiéramos sabido que la dirección
estaba en manos de Donnellan, incluso si no hubiéramos sabido que el
texto era de Chéjov, seguramente habríamos dicho: vale, muy bien,
pero es un poco rollo, ¿no? Así que como ya lo hemos soltado, solo
podemos adornarlo un poco. Sí, una puesta sencilla y a la vez
compleja, un texto depurado y a la vez evocador, unos actores
contenidos y a la vez con una gran capacidad expresiva. Pero es un
poco rollo, la verdad.
También
tenemos que admitir que si fuéramos directores, Chéjov nos daría
pánico. Si sale bien, es sin duda uno de los más grandes, pero es
tan fácil resbalar y caer en el aburrimiento que hay que estar muy
seguro de uno mismo para atreverse. Ni tan siquiera contando con unos
fundamentos tan sólidos como de los que dispone Donnellan asegura
salir de la aventura ileso. Una escena demasiado dilatada, un
planteamiento en el que no funcione la emoción, y todo se puede
venir abajo.
Aunque
apartado de sus montajes británicos, Donnellan mantiene su estilo a
la hora de ejecutar encadenados suaves entre las escenas (solo hay un
par de transiciones marcadas), pero si esto normalmente da un ritmo
constante a sus obras, en esta ocasión solo logra mantener un ritmo
lento y reposado. Fue extraño que, más marcadamente en la primera
parte, la obra nos estaba pareciendo bastante aburrida, y sin embargo
la hora y veinte se nos pasó mucho antes de lo esperado.
Eso
es lo que pasa cuando una obra se toma su tiempo y prefiere el reposo
a la aceleración. Pero en estos casos siempre hay que llegar a algún
sitio que justifique la espera, y no es el caso. Porque el principal
reproche que hacemos a esta versión de Las
tres hermanas
es que no nos involucra, que el nihilismo de sus protagonistas (pocas
veces habíamos visto una representación tan radicalmente pesimista)
no se ve recompensado por una catarsis trasformador, sino que
simplemente se queda atascado mientras ve pasar de largo cualquier
atisbo de esperanza.
Uno
de los grandes alicientes de este montaje de Las
tres hermanas
es verla representada por un elenco ruso. Pero pasado el primer
hechizo, tenemos que confesar, por tópico que parezca, que el modo
interpretativo del reparto nos pareció tan frío que por momentos
llegó a dejarnos ajenos a lo que sucedía sobre las tablas. Algunos
de los actores son extraordinarios, como Alexander Feklistov, cuyo
Vershinin da algunas de las pocas gotas de pasión, y las tres
hermanas, aunque sea puntualmente, logran defender sus personajes sin
caer en demostraciones explícitas. Nosotros nos quedamos con la
escena en la que las tres se reúnen y viajan del drama a la comedia
y de nuevo a la desesperación sin solución de continuidad.
Siempre
que vemos una propuesta de Donnellan y Omerod salimos del teatro
deslumbrados por alguna idea, iluminados por una nueva interpretación
que nos abre nuevos caminos inexplorados, sorprendidos por una
solución de puesta en escena que nunca habíamos imaginado,
contagiados por una pasión intransferiblemente teatral. Pero en este
caso abandonamos el Valle-Inclán encogiéndonos de hombros.