No
compensa, no compensa. Cierto que luego te puedes cachondear un buen
rato a su costa, pero los malos momentos que pasas viendo cosas como
Darling superan con mucho los beneficios de una buena risotada, que
de todas maneras puedes obtener con productos más nobles. Lo que
tendríamos que hacer es montar paridas de este tipo y al menos
veríamos algo de mundo, siempre hay becas o subvenciones que pillar.
Lo único malo es que todavía no tenemos ni la desvergüenza ni el
impulso inmoral para perpetrar cosas así. Pero no desesperamos, unos
cuantos espectáculos más como Darling
y alcanzaremos tal nivel de misantropía que podremos realizar estos
crímenes contra la humanidad sin remordimientos.
Una
de las principales coartadas de este tipo de “espectáculos” (hoy
voy a usar mucho las comillas) es que son muy “transgresores” y
que tratan de acabar con la rancia tradición del teatro
“decimonónico”, o de por ahí. A lo primero argumentaría que,
por lo menos a mí, la transgresión que ofrecen me chupa un pie.
¿Realmente alguien se puede sentir escandalizado por sus
“transgresiones”? Niñerías. En cuanto a su perfil renovador,
francamente, cosas como esta la hemos visto mil veces; la mayor
innovación que detecté en Darling
es que sustituyen el famoso cubo tan querido a los “““artistas”””
“contemporáneos” por un montón de macetas. Por lo demás, todos
y cada uno de los clichés están ahí, tan tiernos ellos.
Para
empezar, está lo de cubrirse bajo el manto protector de una
referencia muy culta y muy respetable. En este caso, la Orestíada.
Pero, total, para lo que tiene Darling
de la Orestíada
también podrían haber dicho que su referente es la Divina
Comedia,
Caperucita
Roja
o Fronze,
el musical.
Luego está lo de producir un choque entre forma y contenido. Aquí
tenemos a unos actores que pueden recitar un manual de buenos modales
como si les estuvieran torturando (como si estuvieran viendo una obra
de teatro ““ moderna””). Vale, está bien, es una idea. Más
antigua que el carbón, pero bueno. Lo que pasa es que cuando lo
repites cuatro o cinco veces, pues que quieres que te diga, ya cansa
un poco. Y así con todo. Sí, porque si hubiera una lluvia de ideas,
discutibles o fallidas, al menos habría algo de sustancia, algo en
lo que entretenerse. Pero los buenos de Ricci/Forte solo tienen tres
o cuatro ocurrencias y las alargan y las repiten hasta la
extenuación. ¡Excusa genial!: es que eso es lo que buscan. Por eso
nos creemos capacitados para ser “““artistas”””
“contemporáneos”. Entretener es chungo, ahora, aburrir, con los
ojos cerrados (como al final de la obra).
En
el programa se dice que Ricci/Forte (¿a qué me suena esto?) fueron
alumnos predilectos de Luca Ronconi, pero es difícil de creer. Más
bien nos recuerdan a Romeo Castelucci, con quien descubrimos que en
italiano se pueden decir tantas chorradas como en francés. Y más
alto: con Darling
asistimos al récord del abandono más temprano de una obra de
teatro (cinco minutos, cuando pusieron el sonido para machacar
tímpanos (por cierto, matizamos nuestro comentario de la semana
pasada, hay ocasiones en las que la deserción esta plenamente
justificada)). Esto nos hizo pensar que íbamos a asistir a una huida
masiva de espectadores, pero la cosa fue bastante moderada, un par de
decenas a lo sumo. Al final, bastante contención (lo suyo habría
sido asaltar el escenario y que rodaran cabezas) y el entusiasmo de
los entendidos.