lunes, 18 de junio de 2012

Mejorcita de lo mío (Sala Triángulo)


Las más entusiastas recomendaciones nos llevaron hasta Mejorcita de lo mío, y aunque a nosotros no nos gustó casi nada, repetiríamos la recomendación a un público bastante amplio. Entre otras cosas, porque la Sala Triángulo estaba a reventar y durante toda la función no pararon las carcajadas (reconocemos que ver a la gente inclinándose de atrás hacia adelante como si estuvieran recitando versículos de la Bíblia nos hacía más gracia que lo que se decía en el escenario), se notaba una concordancia total en los momentos más emotivos, y al final hubo una explosión de aplausos con casi toda la grada puesta en pie.

Por eso salimos cabizbajos. Tanta gente pasándoselo bien a nuestro alrededor, y nosotros sin encontrarle el punto. Y, precisamente, porque somos así. Neuróticos, se entiende. Entre neuróticos e histéricos hay una inquina de la que nadie habla, pero que sin caer en paranoías a nosotros nos parece bastante evidente. Así que un espectáculo como Mejorcita, sobre los desvaríos de una histérica, no nos hace gracia: nosotros damos mucho más juego que una chica gritona que no para de quejarse.

Y eso que al principio parecía que la cosa iba por el buen camino. Pilar Gómez enseguida se hace con toda la atención (incluso mientras los espectadores buscan sus asientos con algo de torpeza, estos histéricos) y demuestra que tiene simpatía y un gran poder de atracción. Pero pronto da las primeras muestras de su mal. La escena de su parálisis ya nos enseña que vamos a ver una de estas obras en las que pequeños males privados se convierten en grandes dramas universales. Hace poco vimos en Un feliz acontecimiento como una madre convierte el nacimiento de su primer hijo en el fin del mundo... mientras el espectador se dedica a hacer cuentas.

Gómez bascula entre cantos a la vida y descensos a la desesperación, siempre con fondo filosófico y con barniz cómico, pero ni en uno ni en otro caso nos convence. Reconocemos el talento y el ímpetu de la actriz, pero lamentamos que estén puestos al servicio de una obra que cae en la desmesura por las dos vertientes (aunque, como decimos, es una apreciación muy personal, seguro que el 90% de los espectadores salió encantado con la experiencia).

El montaje se nos hundió definitivamente en la parte del globo terráqueo y la falsa carta del Jefe Seattle. Aquí de la histeria Gómez se desliza peligrosamente hacia el moñismo, y aunque de vez en cuando intenta escapar con buenas salidas (las referencia a Huelva, por ejemplo), no acaba de despegar. Otra oportunidad perdida es la conversación con José Manuel. Hubiera sido una fantástica ocasión para poner en evidencia las contradicciones y debilidades del discurso de la actriz, pero se convierte en un fácil recurso para que pueda seguir justificándose a sí misma y reivindicarse en su exageracionismo.

Al final la falta de equilibrio se manifiesta sin contrapesos. Primero viene la escena de depresión absoluta y autoindulgente, y luego la reivindicación nietzscheniana de la vida. Lo sentimos, pero no nos creemos ninguno de los extremos. Y eso que los comentarios más repetidos al finalizar la función serían los de “cuántas veces me habré sentido yo así, lo entiendo perfectamente”, y que sí se nota que Gómez ha puesto mucho de sí misma en el papel, pero puesto en escena, nos parece forzado, sin vuelo dramático.

El trabajo de Fernando Soto en la dirección es integral con la interpretación de Pilar Gómez. Ambos saben cuál es el punto central de la función y no se distraen con juegos escénicos ni alardes de ningún tipo. Sí que nos gustaría destacar el buen trabajo lumínico de Marta Graña y Soto y la colaboración técnica de “Raúl”. Después de cinco años con este espectáculo, todavía no se notan automatismos ni desfondos, lo que nos hace pensar que también hay un público reincidente cuyas recomendaciones pueden hacer este espectáculo... eterno.   

lunes, 4 de junio de 2012

Contra el viento del norte (Teatro Marquina)


Aunque no hayamos leído la novela, nos da la sensación de que la historia de Contra el viento del norte llevaba tiempo fluyendo por el aire a la espera de que alguien la pusiera por escrito. Tiene una trama muy actual, creíble y seguro que mucha gente ha pasado por situaciones parecidas. Daniel Glattauer tuvo la habilidad de ser el primero en atraparla y se ha forrado. Por lo visto, no es que haya dado muchas vueltas ni se ha complicado la vida, pero la jugada le ha salido redonda.

Sería difícil encontrarle muchas pegas a la versión teatral que ha puesto en escena Fernando Bernués. Es fácil identificarse con sus personajes, el relato avanza sin desfallecer, las soluciones escénicas son atractivas (muy efectivo el trabajo de José Ibarrola, fantásticos los dibujos de Naiel Ibarrola) y el espectador pasa una hora y media con media sonrisa, algunos momentos sensibles que no caen en lo sensiblero y un buen sabor de boca. Sin contar con todo su encanto, Contra el viento del norte recuerda a 84, CharingCross Road, y su adaptación teatral plantea las mismas posibilidades y los mismos problemas. Bernués ha hecho un trabajo delicado y preciso del que puede sentirse orgulloso.

Habrá quien pueda reprochar a la obra falta de valentía, pero tampoco creemos que la intención de sus responsables sea revolucionar la historia del teatro. Sí, quizá un poco más de retorcimiento, algunas gotas que hagan los personajes más complejos (en todo momento se sabe por dónde va a discurrir la historia), o, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un autor austriaco, algo más de perversidad, pero a fin de cuentas se trata de un trabajo de teatro comercial irreprochable.

Sin duda, uno de sus puntos fuertes son los actores. Hace tiempo que nos venimos quejando de las dificultades de vocalización de los actores españoles: Itziar Atienza y Joseba Apaolaza hablan con una claridad exquisita y además ambos tienen voces muy atractivas. Aparte de eso (que debería ser un detalle menor, pero tal como están los escenarios patrios no lo es), Atienza despliega un trabajo lleno de matices y da a su personaje una capa extra que no está en el texto. Apaolaza saca partido de un personaje más antipático y logra hacer creíbles algunas actuaciones que sobre el papel parecerían más discutibles.

Pero sobre todo destaca la complicidad que ambos actores logran establecer pese a las rémoras que supone el que ambos personajes actúen juntos pero sin que puedan mirarse ni tocarse más que en muy contadas ocasiones. Pese a ello, su relación es física, mucho más sugerente que si fuera más explícita.

domingo, 3 de junio de 2012

El camino solitario / Le chemin solitaire (Teatros del Canal)


Después de nuestro reciente mal viaje belga, teníamos nuestras reticencia antes de emprender este camino solitario. Por eso, contra nuestra costumbre, hicimos un tanteo previo para recavar otras opiniones sobre el montaje, y aunque todo lo que encontramos hablaba maravillas del espectáculo, seguíamos sin sentirnos seguros. Sabemos bien que no hay que fiarse nunca de los críticos (¡encima franceses!), y por desgracia no encontramos comentarios de espectadores de a platea.

Al entrar en la sala, los ánimos seguían sin tranquilizarse. Los cinco actores de tg STAN estaban ya en el escenario, costumbre que ya alguna vez hemos puesto en cuestión. Además, las tablas estaban repletas de diverso menaje, lo que le daba cierto aire de instalación de arte contemporáneo (esto lo leímos en una de las reseñas consultadas: otro de los motivos por los que no nos gusta leer mucho sobre un espectáculo antes de verlo, nos puede guiar demasiado).

Llega la primera escena, y tardamos un poco en colocarnos. La luz de Thomas Walgrave es difusa y desconcertante, no ilumina bien y tampoco sabemos a qué viene ese tono anaranjado tan poco favorecedor (más tarde se comprenderán los matices y juegos de esta composición). Pero es que además los actores se van alternando la representación de los papeles. Esto es lo más curioso de la representación y además de indudable interés. Estamos acostumbrados a que el mismo actor interprete varios papeles, pero no es tan habitual que un mismo personaje sea encarnado por hasta tres actores. Además, no hay intención de continuidad o imitación: cada uno se lleva el papel a su estilo, lo que permite múltiples lecturas.

No negaremos que al principio es algo confuso y que cuesta hacerse con el ritmo. Parece que a los de tg STAN les pasa lo mismo y la primera escena no acaba de fluir, parece una tentativa. Cuando acaba, hay una larga (e injustificada) pausa en la que se producen las tres primeras deserciones. Toda la representación será un goteo de abandonos de público que no podrá parar ni una de las actrices despidiendo a uno de los espectadores que se marcha con un “buenas noches, hasta luego”. A menudo no hemos comprendido reacciones de entusiasmo ante funciones que a nosotros nos parecen aburridas o hinchadas, pero esta vez lo que no comprendemos es tan poca paciencia. De acuerdo, El camino solitario no es El maestro y Margarita, pero tampoco El alma de las termitas.

Con la obra ya carburando, llega una escena eléctrica, la conversación entre la antigua gran actriz venida a menos y su antiguo amante pintor. Aquí Jolente De Keersmaeker, sin compartir el gran momento, llena de desgarro los diálogos de Schnitzler y agarra al espectador (por lo menos a nosotros, otros siguieron abandonando la sala haciendo ruido). Por cierto, que el francés de los intérpretes nos pareció irregular y los sobretitulos a veces no eran capaces de seguir el ritmo de los actores, pero esto también tiene su encanto.

Quizá lo peor del montaje son las tonterías que hacen los actores cuando no están representando sus papeles. Una se mete en un cubo de basura, otro introduce su cabeza en una trituradora, ponen posturas raras. Al parecer se trata de una composición de Erwin Wurm, pero no le vemos el sentido ni la gracia, aunque tampoco es difícil no hacerles caso, lo que está pasando en escena tiene carne de sobra.

En el tercio final es cuando más clara se hace la habilidad de Schnitzler para construir entramados dramáticos que van más allá del predecible folletín para construir verdaderos dramas. Seguramente lo más recordado del autor austriaco sea su reconstrucción literaria de la Viena de principios del siglo XX y su habilidad para el retrato psicológico, caminos que recorrió Luc Bondy aquí mismo hace un par de años. No creemos que sea casualidad que tg STAN haya prescindido de ambos comodines y ofrezcan un espacio limpio de nostalgia y una huida de cualquier intento de interpretación del alma humana. Que esta compañía, sin director de escena ni adaptador, se centre en la palabra y la interpretación se merece todo nuestro respeto, y si no hubieran caído en la tentación del colorido en el segundo plano, estamos seguros de que su propuesta hubiera tenido todavía más pegada.

El camino solitario es la obra de un austriaco montada por una compañía belga flamenca que actúa en francés y que ha sido representada en Madrid. Esperemos que en el futuro el Festival de Otoño pueda seguir trayendo a la ciudad ejemplos como este del actual teatro europeo.