lunes, 5 de noviembre de 2012

Las tres hermanas (Teatro Valle-Inclán)


Cuando nos enteramos de que Donnellan y Ormerod finalmente iban a dirigir una película y que esta iba a ser nada menos que una adaptación de Bel Ami, nos pudo el entusiasmo. Si eran capaces de hacer en cine lo que han logrado en el teatro, podrían revolucionar un arte cada vez más anquilosado. Pero tras ver el resultado, más que decepción sentimos estupor: no solo era una película como las demás, sino que su lujosa apariencia ni de lejos lograba tapar la incapacidad de su actor para poner más de dos caras (y aún así, dos caras poco creíbles). Si Donnellan es un renovador de la puesta en escena y un consumado director de actores, ¿cómo era posible que le hubiera salido una película embalsamada?

Bueno, nos dijimos, es que los grandes directores de teatro no tienen por qué destacar también en cine. Después de todo, Peter Brook tampoco ha sido un realizador puntero. Así que al tener las entradas para Las tres hermanas nos olvidamos del reciente desliz y nos preparamos para lo mejor. Y es que estamos hablando de: Chéjov, Donnellan, una compañía rusa. ¿Ofrece Madrid algo más apetitoso este otoño?

Pero tenemos que ser sinceros. Si no hubiéramos sabido que la dirección estaba en manos de Donnellan, incluso si no hubiéramos sabido que el texto era de Chéjov, seguramente habríamos dicho: vale, muy bien, pero es un poco rollo, ¿no? Así que como ya lo hemos soltado, solo podemos adornarlo un poco. Sí, una puesta sencilla y a la vez compleja, un texto depurado y a la vez evocador, unos actores contenidos y a la vez con una gran capacidad expresiva. Pero es un poco rollo, la verdad.

También tenemos que admitir que si fuéramos directores, Chéjov nos daría pánico. Si sale bien, es sin duda uno de los más grandes, pero es tan fácil resbalar y caer en el aburrimiento que hay que estar muy seguro de uno mismo para atreverse. Ni tan siquiera contando con unos fundamentos tan sólidos como de los que dispone Donnellan asegura salir de la aventura ileso. Una escena demasiado dilatada, un planteamiento en el que no funcione la emoción, y todo se puede venir abajo.

Aunque apartado de sus montajes británicos, Donnellan mantiene su estilo a la hora de ejecutar encadenados suaves entre las escenas (solo hay un par de transiciones marcadas), pero si esto normalmente da un ritmo constante a sus obras, en esta ocasión solo logra mantener un ritmo lento y reposado. Fue extraño que, más marcadamente en la primera parte, la obra nos estaba pareciendo bastante aburrida, y sin embargo la hora y veinte se nos pasó mucho antes de lo esperado.

Eso es lo que pasa cuando una obra se toma su tiempo y prefiere el reposo a la aceleración. Pero en estos casos siempre hay que llegar a algún sitio que justifique la espera, y no es el caso. Porque el principal reproche que hacemos a esta versión de Las tres hermanas es que no nos involucra, que el nihilismo de sus protagonistas (pocas veces habíamos visto una representación tan radicalmente pesimista) no se ve recompensado por una catarsis trasformador, sino que simplemente se queda atascado mientras ve pasar de largo cualquier atisbo de esperanza.

Uno de los grandes alicientes de este montaje de Las tres hermanas es verla representada por un elenco ruso. Pero pasado el primer hechizo, tenemos que confesar, por tópico que parezca, que el modo interpretativo del reparto nos pareció tan frío que por momentos llegó a dejarnos ajenos a lo que sucedía sobre las tablas. Algunos de los actores son extraordinarios, como Alexander Feklistov, cuyo Vershinin da algunas de las pocas gotas de pasión, y las tres hermanas, aunque sea puntualmente, logran defender sus personajes sin caer en demostraciones explícitas. Nosotros nos quedamos con la escena en la que las tres se reúnen y viajan del drama a la comedia y de nuevo a la desesperación sin solución de continuidad.

Siempre que vemos una propuesta de Donnellan y Omerod salimos del teatro deslumbrados por alguna idea, iluminados por una nueva interpretación que nos abre nuevos caminos inexplorados, sorprendidos por una solución de puesta en escena que nunca habíamos imaginado, contagiados por una pasión intransferiblemente teatral. Pero en este caso abandonamos el Valle-Inclán encogiéndonos de hombros.

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