jueves, 1 de noviembre de 2012

Hans Was Heiri (Teatros del Canal)


Como últimamente estamos muy susceptibles (sobre todo después de nuestra última experiencia teatral), al ver el tipo de público que poblaba la Sala Roja de los Teatros del Canal nos temimos lo peor. Pero nada de prejuicios gratuitos: es que sus maneras les delataban. Ni la menor cortesía respecto a puertas y colas y una lamentable tardanza en entrar a la sala, lo que provocó que el espectáculo empezara más de diez minutos tarde. Esto en Inglaterra no pasa, dijimos.

Los inicios de Hans Was Heiri no nos hicieron sentir más confianza. La música de Dimitri de Perrot es de la que parece tener como única pretensión poner de los nervios. Y bien que lo conseguirá a lo largo de la función. Si tenemos que ser tajantes, y desde ya, diremos que es lo peor. Pero es que el primer número tampoco es muy estimulante, con esos muñecos que van apareciendo poco a poco y cuyo misterio también se va desvelando lentamente. Muy lentamente.

Luego viene el centro de la obra: el enorme cubo girador en el que los actores/bailarines desarrollarán la mayor parte de sus funciones. Es espectacular y de primeras cautivador, no lo negaremos. Y es que la función está llena de imágenes deslumbrantes, de aciertos plenos, de gags refinados. Pero siempre pasa lo mismo: al final la acumulación acaba con ellos y se hacen pesados. Creemos que este montaje, de hora y veinte minutos de duración, se vería muy beneficiado si se acortara todavía más hasta aproximadamente la hora. La parte final, por ejemplo, nos pareció totalmente innecesaria. Al igual que el pesado sketch del yoga, pero este fue muy bien recibido por el público, que se rió aquí más que nunca.

Los bailarines parecen incansables y pese a la monotonía en ciertos momentos de la representación, siempre son capaces de dar un nuevo giro a las pequeñas historias que protagonizan. Aquí el trabajo de Martin Zimmermann en la coreografía se muestra más inspirado que el de su compañero. Pero en lo que ambos dan lo mejor de sí mismos es en el juego que saben sacar a la escenografía, con el emblemático cubo y el juego de paneles, puertas y sillas, que en combinación con los actores dan de sí lo inimaginable.

Lo mejor de Hans Was Heiri es, pues, su capacidad para sorprender; y lo peor su incapacidad para renovar el encanto más allá del impacto inicial. Durante toda la obra nos pareció ver sobrevolar el escenario el espíritu de Jacques Tati, pero si el genio francés sabía sacar partido de la reiteración a golpe de ingenio y minimalismo, en este caso Zimmermann & De Perrot no consiguen dotar a la obra de su espíritu cómico y se tienen que conformar con pinceladas de inspiración y fulgores de talento. O al menos con eso nos tuvimos que conformar nosotros.

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