Como
últimamente estamos muy susceptibles (sobre todo después de nuestra
última experiencia teatral), al ver el tipo de público que poblaba
la Sala Roja de los Teatros del Canal nos temimos lo peor. Pero nada
de prejuicios gratuitos: es que sus maneras les delataban. Ni la
menor cortesía respecto a puertas y colas y una lamentable tardanza
en entrar a la sala, lo que provocó que el espectáculo empezara más
de diez minutos tarde. Esto en Inglaterra no pasa, dijimos.
Los
inicios de Hans Was Heiri
no nos hicieron sentir más confianza. La música de Dimitri de
Perrot es de la que parece tener como única pretensión poner de los
nervios. Y bien que lo conseguirá a lo largo de la función. Si
tenemos que ser tajantes, y desde ya, diremos que es lo peor. Pero es
que el primer número tampoco es muy estimulante, con esos muñecos
que van apareciendo poco a poco y cuyo misterio también se va
desvelando lentamente. Muy lentamente.
Luego
viene el centro de la obra: el enorme cubo girador en el que los
actores/bailarines desarrollarán la mayor parte de sus funciones. Es
espectacular y de primeras cautivador, no lo negaremos. Y es que la
función está llena de imágenes deslumbrantes, de aciertos plenos,
de gags refinados. Pero siempre pasa lo mismo: al final la
acumulación acaba con ellos y se hacen pesados. Creemos que este
montaje, de hora y veinte minutos de duración, se vería muy
beneficiado si se acortara todavía más hasta aproximadamente la
hora. La parte final, por ejemplo, nos pareció totalmente
innecesaria. Al igual que el pesado sketch del yoga, pero este fue
muy bien recibido por el público, que se rió aquí más que nunca.
Los
bailarines parecen incansables y pese a la monotonía en ciertos
momentos de la representación, siempre son capaces de dar un nuevo
giro a las pequeñas historias que protagonizan. Aquí el trabajo de
Martin Zimmermann en la coreografía se muestra más inspirado que el
de su compañero. Pero en lo que ambos dan lo mejor de sí mismos es
en el juego que saben sacar a la escenografía, con el emblemático
cubo y el juego de paneles, puertas y sillas, que en combinación con
los actores dan de sí lo inimaginable.
Lo
mejor de Hans Was Heiri es, pues, su capacidad para sorprender; y lo
peor su incapacidad para renovar el encanto más allá del impacto
inicial. Durante toda la obra nos pareció ver sobrevolar el
escenario el espíritu de Jacques Tati, pero si el genio francés
sabía sacar partido de la reiteración a golpe de ingenio y
minimalismo, en este caso Zimmermann & De Perrot no consiguen
dotar a la obra de su espíritu cómico y se tienen que conformar con
pinceladas de inspiración y fulgores de talento. O al menos con eso
nos tuvimos que conformar nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario