Pese
a su jovial comicidad y a su jugoso enredo, el hecho es que La fierecilla domada ha ido perdiendo popularidad con el tiempo y cada
vez es más inhabitual su puesta en escena. Su brutal misoginia hoy
produce urticaria y es muy difícil conjugar el respeto a la letra
original de Shakespeare con una sensibilidad contemporánea
horrorizada ante lo que se ve y lo que se escucha en esta obra. Para
justificar el monólogo final de Catalina, se puede recurrir a la
ironía, al meta-metateatro o el didactismo, pero ninguno de estos
caminos es el elegido por Propeller.
Desde
luego, si lo que querían era sembrar una sensación turbadora y
molesta, lo consiguen de sobra: durante el monólogo se produjo en el
teatro un silencio espantado todavía más llamativo después de la
alegría que se había disfrutado durante las dos horas y media
anteriores. Para salir del embrollo, Edward Hall opta por una
insatisfactoria nota aclaratoria: uno de los actores mira con
desprecio a Cristobal y le dice “no has entendido nada, esto era
solo teatro”. Y es insatisfactoria porque después de ver Noche de Reyes y La fierecilla domada, eso de “solo teatro” no se lo cree
nadie.
Era
suficiente repasar la cara de felicidad que tenía el público al
salir del teatro para corroborar que a lo que acabábamos de asistir
no era un simple entretenimiento. Cuando una obra está tan
perfectamente pensada y realizada que hasta el menor detalle encaja,
se produce una sensación de satisfacción plena (sublime, diríamos
de ponernos pretenciosos). Hace tiempo que los conceptos de
genialidad o de obra maestra han sufrido una inflación que convierte
estos términos en irrelevantes. Tampoco tiene mucho sentido
reivindicarlos. El hecho es que ver a Propeller en escena limpia el
alma. ¿Es solo teatro? Más bien, solo en el teatro.
El
trabajo de creatividad que supone un empeño como el montaje de estas
dos obras parece inabarcable, y sin embargo en el escueto apartado
técnico de Propeller solo aparecen cuatro nombres. Edward Hall se
ocupa de la dirección, que efectúa un trabajo de depuración con
solo las dosis mínima y siempre bien traídas de actualización.
Parece que se deja llevar, centrándose solo en lo esencial, pero
tampoco desaprovecha las buenas ideas que puedan surgir, sin que en
ningún momento “canten”. Su estilo es liviano, pero profundo,
sacando partido a cada situación. Así, por poner un solo ejemplo,
en la escena de Noche de Reyes en la que Malvolio encuentra la
supuesta carta de Olivia, el potencial cómico está exprimido hasta
sacarle todo el jugo posible.
Otro
nombre es el de Michael Pavelka, en un genérico diseño. La
escenografía de ambas obras es la misma, una combinación de grandes
muebles que sirven para enmarcar espacios, abrir puertas y como
diverso mobiliario. Todo sirve para dar fluidez a la narración, sin
que en ningún momento se detenga la acción. Pavelka también se
ocupa del vestuario, sobrio en la Noche y más variado en La fierecilla,
donde las tribus urbanas de los 80 sirven para caracterizar cada
personaje. Verlos a todos juntos es todo un cuadro.
Los
actores actúan como parece que solo los intérpretes británicos
saben hacerlo. Esto puede ser algo de autosugestión, no lo negamos,
incluso de papanatismo, todo puede ser. Pero el hecho es que ver a
este grupo de intérpretes montando un Shakespeare a nosotros nos
parece el punto más alto del hecho teatral. Romanticismo, será. O
sentimentalismo, quizá. Mañana hablaremos de ellos en extenso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario