Salimos
de La función por hacer descontentos, con una doble sensación de
fracaso. Primero por la obra en sí, que pese a sus indudables
logros, nos parece que naufraga en lo esencial. Pero también
teníamos la impresión de que nosotros no habíamos sabido
entenderla, de que en nuestro empeño por intentar desentrañar las
claves de su éxito, nos habíamos quedado sin poder dar una
explicación.
Se
ha hablado tanto sobre este montaje, y nos da la sensación de que en
un 99% de los casos para encumbrarla, que nos parecería reiterativo
incidir en sus bondades. Sin embargo, hay algo en su tono que nos
saca de ella por completo: y es que no nos la creemos en ningún
momento. Y esto, tratándose de Seis personajes en busca de autor, es
un pecado. Hay mucha retórica, compensada por mucha pasión. Y afán
por establecer reglas sobre representación y verdad, pero todo nos
suena a falso. Hay muchas declaraciones de amor al teatro y de
reivindicación de la trascendencia escénica, pero en realidad
nosotros no encontramos nada de esa vida en escena, solo teatralidad.
Y
aquí llega nuestro fracaso. Nunca nos hemos vanagloriado de saber
mucho de teatro (¿qué significa eso?), pero sí que creemos tener
un buen instinto para detectar imposturas. Que quede claro que no
pensamos que Miguel del Arco sea uno de esos farsantes como el
innombrable, como tampoco pensamos que el público que se ha sentido
encandilado por esta obra pertenezca a esa tribu teatral de los
mistificadores a la última. Por eso nos sentimos frustrados al no
poder detectar dónde está el secreto que posee del Arco para
conectar así con el público.
Ya
hemos comentado en otras ocasiones lo que nos parecen sus puntos más
discutibles. También hemos valorado la que nos parece su propuesta
más honrada, Deseo. Porque si en otras ocasiones nos parece que tira
por lo obvio, que no deja pasar una oportunidad de tirar por el
camino más fácil, también es cierto que en un artefacto puramente
teatral se maneja con habilidad. Pero eso no es suficiente, para
hacer teatro de verdad, hay que incidir más en la verdad que en el
teatro.
Y
La función por hacer va precisamente por ahí, pero en nuestra
opinión no logra colmar sus objetivos. No nos llega, su arquetípica
historia no logra sublimar el puro argumento para llegar a la
emoción. Sus juegos metateatrales nos parecen bien para pasar el
rato y muestras valorables de ingenio, aunque solo ingenio.
Reconocemos
que fuimos a ver La función con prejuicios: como otros de los
aclamados espectáculos de su director no nos habían gustado nada,
pensábamos que gran parte de su reputación se debía a que gente
que había visto La función se había quedado tan hechizada que se
había impuesto cierta acrítica con sus montajes. Por eso si
llegábamos a sentir lo mismo que ellos, comprenderíamos de dónde
viene esta fascinación. Pero no. Así que ya no habrá más
prejuicios. Simplemente, el estilo de este director no es ajeno. Qué
le vamos a hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario