No
tenemos datos (ni vamos a buscarlos), pero sí la fuerte impresión
de que los dos autores más representados en la escena madrileña son
Shakespeare y Chéjov. Tampoco tenemos claros los motivos de esta
predilección, aparte de los más obvios, como que son muy buenos
(toma ahí perspicacia). Respecto a Chéjov, lo de la coincidencia
entre la idiosincrasia española y el alma rusa (pero mayor es la
coincidencia con los irlandeses y no hay manera de ver algo de Yeats,
por ejemplo). Lo malo es que a Chéjov se le suele representar de
manera equivocada, al menos desde Stanislavski (de esto sí tenemos
pruebas y serán exhibidas bajo requerimiento), y por eso es uno de
los escasos dramaturgos que suelen soportar mejor la lectura que la
representación. Y es que, ya lo hemos comentado en alguna ocasión,
muchos directores de escena tienen la manía de convertirlo en un
pesado y aburrido predicador, quizá confundiendo la recreación del
teatro decimonónico con lo mustio e inane. Todavía recordamos el
Tío Vania de Narros con versión de Trapiello y no nos explicamos
como de esa conjunción pudo salir algo tan plomizo.
Por
estos motivos celebramos que Carles Alfaro y Enric Benavent hayan
dotado a Atchúusss!!! de una ligereza e incluso un toque de locura
que tan bien le siente a Chéjov. La obra tiene una clara escalada
que va desde la moderación de sus primeras escenas al desparrame
total de su conclusión, pero en todo momento prima el divertimento,
la necesaria falta del respeto debido en beneficio de una alegría
contagiosa, que casi siempre logra evitar el perfil forzado para
llevar al espectador por los caminos más disparatados de un
espectáculo casi circense. Alfaro ya demostró recientemente con El lindo don Diego tener una mano maestra para la comedia casi farsesca,
mientras que Benavent aporta su amor de actor agradecido para que ese
punto de subversión no acabe por borrar toda huella del autor (como
sí pasa en algunas aclamadas obras “de director” en las que todo
el lucimiento se centra en la puesta en escena). No se trata de
parodiar a Chéjov, sino de exprimir todo su potencial cómico.
El
canto del cisne,
La introducción de Atchúusss!!!
es casi fantasmal, muy a lo De Filippo, con un viejo actor enfrentado
a los espectros del escenario y los (todavía más temibles) del
patio de butacas. La
seducción
es un prodigio de sutileza, de construcción progresiva que va
sembrando semillas de vodevil para acabar en un giro dramático de
pura sutileza. Benavent se impone como galán maduro que se las sabe
todas y que alardea de un cinismo cuyas consecuencias parecen no
importarle. Por el contrario, Fernando Tejero es el típico marido
que no se entera de nada y que, como un burlado cervantino cava su
propia infamia. Pero el mejor personaje es el de Malena Alterio, que
sí que no, seducida por delegación y atrapada en un juego del que
se cree a salvo pero en el que caerá sin condiciones.
En
el siguiente cuadro, La
institutriz,
le toca a Adriana Ozores desplegar todo su arte interpretativo.
Cuántas ganas teníamos de ver a esta actriz en teatro. Y las
expectativas has sido más que colmadas. Con mucha contención,
engañando con sinceridad, jugando tanto con las palabras como con la
expresividad, Ozores provoca que el espectador no solo se conmueva
ante el mal rato que hace pasar al personaje de Malena Alterio, sino
que se sumerja en su misma impotencia y sumisión. De ahí que la
lección tenga un doble valor. En El
oso
Ernesto Alterio abandona su papel de maestro de ceremonias payasesco
y se convierte en un brutote de los de buen corazón. Su mezcla de
acentos es un poco confusa, pero su violenta y ambivalente relación
con el personaje de Ozores supera ciertas incoherencias y acaba por
sobresalir el valor de su convicción.
Si
hasta entonces el público parecía acoger la representación con
benevolencia (digamos que el calor tampoco es que de mucho pie a la
exhibición de entusiasmo), con La
petición de mano
y El
aniversario la
rendición incondicional ya se hizo palpable, con varias salvas de
aplausos improvisados incluidos. Aquí Alfaro ya ha dejado atrás
toda represión y opta por el humor más descarado y al borde de lo
histriónico, decidido a avanzar sin prisioneros. Malena Alterio y
Tejero tienen así campo abierto en La
petición de mano
para actuar sin ataduras y se comportan con todo descaro. Sin duda la
pieza es un joya del más difícil todavía, y los actores no dejan
escapar ni una de sus múltiples posibilidades en busca de la
carcajada. Pero en El
aniversario
la cosa va todavía más lejos y los interpretes parecen disfrutar de
vía libre para sobreactuar y arrasar el escenario. En este crescendo
tan bien pautado que es Atchúusss!!!,
El
aniversario
es el redoble, las trompetas a todo tren, la percusión a pleno
galope, los cimbales resonando, serpentinas y confeti. Ernesto
Alterio parece a punto de sufrir una embolia, Adriana Ozores capaz de
provocar un infarto a un cadáver y Malena Alterio tan irritante como
una niña empecinada*. El público convertido en fanático y sin
ganas de que la fiesta termine. Para que luego digan del teatro
decimonónico.
*O
como una espectadora teatral, podríamos decir. Justo cuando se
apagan las luces, empieza la perplejidad al escuchar a nuestro lado a
alguien que califica a su acompañante como “zorra”. Lejos de
nosotros utilizar tan gruesas palabras, más estando las leyes como
están. Pero la mujer parecía cumplir todos los requisitos del más
malvado de los espectadores de teatro, incluidos el papelito de
caramelo con el que se mantiene entretenida durante sus buenos diez
minutos y una llamada telefónica. No que le sonara el móvil, sino
que ella misma se puso a llamar. Ay, qué lástima que los espíritus
del teatro no se manifiesten alguna vez y den a algunos su merecido.
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