No
parece mala idea esa de organizar un concurso para descubrir una obra
de teatro con posibilidades comerciales. Por mucho que puede llevar a
algunos exquisitos a rasgarse las vestiduras (¡teatro para el
público! qué vulgaridad), lo cierto es que entre los fenomenos de
la escena comprometida y/o experimental suelen abundar pretenciosos
que tratan de disimular su falta de talento detrás de grandes
proclamas (si resulta que los puritanos siempre son feos, los
puritanos teatrales suelen ser mediocres). En cualquier caso, si
hubiera alguna duda sobre la empresa (y el nombre de Daniel Veronese
ya debería ser suficiente para acabar con el levantamiento de
nariz), Bajo terapia demuele cualquier suspicacia desde el primer
momento. Lo único raro es que la obra se haya estrenado en los
Teatros del Canal y no en el circuito comercial (aunque todo llegará,
de momento punto para el Canal).
Al
principio, las referencias se acumulan. Y, como las cosas están como
están, estas son principalmente televisivas (que si En
terapia,
total, un simple cambio de preposición, que si Community),
y después, todo el mundo lo dirá, El
método Grönholm.
Pero más allá de parecidos y de estructuras de manual, el texto de
Matías del Federico tiene personalidad propia, o múltiples
personalidades propias. En este blog a menudo hablamos de
“ocurrencias” en sentido peyorativo (tipo “paridas”), pero en
el caso de Bajo
terapia
las ocurrencias son hilarantes y siempre con sentido. Del Federico
tiene una gracia natural para insertar réplicas y ritornellos que
sirven a la vez para definir a los personajes y para hacer avanzar la
comedia, logrando la inmediata devolución del patio de butacas en
forma de carcajadas. Tiene un don para hacer que el espectador se
sienta más listo de... para que el espectador se sienta más listo.
Con
un texto tan bien acabado y tan propicio al juego de “como dejar
caer” para después recuperar las insinuaciones y desarrollarlas
(o, en algunos casos, dejarlas en apuntes que sirven para enriquecer
la trama, o que tras el giro final se produzca una reinterpretación
de los hechos), Veronese simplemente (casi nada) se limita a hacer
fluir la acción, a coordinar el complejo movimiento de los
personajes (siempre haciéndose zancadillas, con los actores
interrumpiéndose a cada paso (como molestos paréntesis), con
multitud de voces sobreexpuestas: en esto parecen más españoles que
argentinos, al menos es la definición que daba Cortázar de los
gallegos). Como en una ópera bufa en la que las capas de sonido se
intercalan y completan, Veronese maneja la batuta con soltura (por
favor, vaya metáfora → al
menos no es la del guardia de tráfico) y consigue imponer orden y
claridad.
Pero
por muy brillante que sea el texto, para logra la perfecta comunión
con el público (cómo estamos hoy) son necesarios unos actores que
resulten humanos y cercanos, y el reparto de Bajo
terapia
ha sido seleccionado con un tino inusitado. No solo es que cada uno
clave su personaje, es que el conjunto (lo más importante en este
caso) funciona como un engranaje perfecto. Incluso en estos primeros
días de rodaje parecen llevar representando la función desde hace
meses, siempre perfectos en ritmo y oportunidad.
Sin
establecer jerarquías: Fele Martínez está glorioso como el cafre
Daniel, un dejado de la vida rancio y antipático que sin embargo (o
quizá por ello) tiene un efecto cómico irresistible. Su opuesto en
carácter pero igual en gracia es el Esteban de Gorka Otxoa, infantil
y jugueton, inasequible al desaliento en lo que respecta a burlarse
de los demás. Melani Olivares es Laura, la en apariencia estirada y
sin duda sufrida mujer de Daniel, insistente en que los demás vean
el mundo a su manera. Carmen Ruiz interpreta a Marta como una
mosquita muerta con el dedo en el detonador de una bomba que sabemos
que explotará en cualquier momento (otra cosa que todo el mundo
dirá: el momentazo de la borrachera gallega). El Roberto de Juan
Carlos Vellido es un gañán que bascula entre el bruto de buen
carazón y el bestía indomable y se mueve tan bien en la ambigüedad
que solo al final descubriremos su verdadera cara. Manuela Velasco es
la alegre voz de la razón que trata de poner algo de cordura al
asunto... hasta que le tocan lo suyo.
Es
una lástima que del Federico haya caído en la manía actual de
cerrar toda historia con un giro “inesperado”. No nos referimos a
la bomba de Marta (que no es inesperada y que tiene coherencia), sino
a lo otro. Es verdad que sirve para explicar unas cuantas cosas y que
añade a la historia una nueva lectura, pero a nosotros nos fastidia
por motivos que no podemos explicar sin incurrir en leso destripe. En
cualquier caso, es un reparo que no ensombrece los logros de una obra
tan divertida y saludable como Bajo
terapia.
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