Pese
a lo (aparentemente) pretencioso de su subtítulo, Para
acabar con la cuestión judía,
el principal valor de Serlo o no es su ligereza, tratar un tema
difícil y que crispa como pocos con ironía y sin tomarse las cosas
demasiado en serio, que ya habrá otros lugares y otros momentos más
oportunos para ello. A quien esté medianamente interesado en el tema
(¡el judaísmo!), las cuestiones planteadas incluso le pueden
parecer excesivamente pueriles, pero, por una parte, la realidad nos
demuestra que la ignorancia al respecto supera cualquier (baja)
expectativa, y por otro lado esta ingenuidad le sirve a Jean-Claude
Grumberg para introducir elementos peliagudos casi de tapadillo, como
quien no quiere la cosa. De una manera que se podría calificar de
pedante (en su sentido primero), las lecciones de Grumberg nos sirven
para, si no acabar con la cuestión, al menos quitarle dramatismo.
Aunque
su centro de interés muy diferente (pese a lo que diga algún
crítico o Richard Brooks, antisemitismo y homofobia no son
equivalentes), Serlo
o no
me recordó al estilo de Alan Bennett: irónico, brillante, fácil de
tratar... Como suele pasar con los textos de Bennett, el de Grumberg
parece poca cosa, casi intrascendente. Y no haría falta ahora
invocar las excusas habituales: que si detrás de esa apariencia
ligera hay unas implicaciones profundas, que si bajo la levedad de
los diálogos se esconde un mensaje de tolerancia o la gran palabra
que más convenga. De hecho, cuando en su parte final el tono da un
giro dramático, pierde parte de su encanto sin como contrapeso ganar
en hondura. Preferimos quedarnos con la comedia elegante, sencilla y
chispeante con la que habíamos disfrutado hasta entonces.
Antes
de dejarse llevar por la emoción, Josep Maria Flotats había servido
un puesta en escena también natural y fluida, a pleno servicio del
texto. Y, una vez más, de su exhibición como cómico. Flotats es
inimitable (aunque sí es parodiable), nadie actúa como él, con esa
gestualidad tan francesa, esa forma tan particular de hablar (como
los grandes actores, sin recitar, como si sus réplicas se le
ocurrieran en el instante). Da igual cuál sea el método o si, al
contrario de lo que pasa con su puesta, hay cierta falta de
naturalidad, lo que importa es que el resultado es efectivo y que el
humor presente en el texto de Grumberg se multiplica gracias a la
interpretación de Flotats. Como bufón sufrido, Arnau Puig mantiene
el tipo frente a Flotats y aporta una comicidad más física y
directa que en lugar de desequilibrar suma.
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