No sabemos si se debió a la acumulación de sangre en el escenario o al vértigo que provoca ver el espectáculo desde el anfiteatro (otro de los atractivos de los nuevos Teatros del Canal, a los que se une su excelente acústica), pero salimos de este Ricardo III mareados y confusos. Sí, porque en el intermedio oímos a alguien decir “menos mal que me he leído la obra antes, porque sino...”, y efectivamente, nosotros hemos leído la obra y hemos visto varias versiones cinematográficas y teatrales, y aún así, a veces nos preguntamos, como Chandler: ¿y éste cadáver de dónde ha salido?
Parece que los Propeller se han tomado la escabechina con humor y resuelven la superproducción de fiambres con una efectiva solución visual: grandes bolsas negras en las que meten los fardos, que son tratados sin el menor reparo. Sin embargo, y pese a las mezclas entre tradición (todos los actores son hombres) y modernidad (hay incluso una guitarra eléctrica), el respeto se impone frente a la irreverencia paródica. Sólo con escuchar la atronadora voz de Richard Clothier como el rey recargado ya pone a cada uno en su sitio. No importa demasiado no seguir la trama en cada uno de sus recovecos, lo importante es dejarse llevar por un drama que soporta cualquier envestida, y que se crece en las adversidades (o, por decirlo de otra manera, ante los intentos de saboteo).
Como decíamos, a veces la cosa se pone desagradable. Hay sangre a espuertas, mutilaciones, ojos sueltos, niños sacrificados, y hasta pistolas (cada vez que en una obra de Shakespeare alguien saca una pistola, alguien, y no hablamos de los actores, debería recibir un disparo). El ritmo es tan agobiante que no ha desaparecido un cuerpo cuando ya tenemos otro encima del escenario. La maldad es sarcástica, Ricardo casi parece un niño travieso, reyes y nobles son como maniquíes impotentes y bobos, y los personajes femeninos, a la fuerza masculinizados, dan la sensación de pasar por ahí más que de tener verdadera entidad (excepto en la terrible escena de las maldiciones de la reina Margarita, expuestas con rabia y desprecio por Tony Bell).
Pueden ser elementos que no nos gusten en abstracto y que cuando vemos en escena nos hacen pensar, no, otra vez ese tópico moderno tantas veces visto y que nunca funciona, no. Pero qué le vamos a hacer, resulta que a veces sí funciona. Pero es que los actores son fabulosos y qué podemos decir del texto, así que si las cosas se hicieran de otra manera, ¿no serían incluso mejor? En otras palabras, ¿este año no vamos a tener el privilegio de ver algún montaje de Cheek by Jowl?
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