martes, 22 de noviembre de 2011

Solas no más (Teatro Conde Duque)


En Vida en escena no nos gustan las críticas destructivas. Por muy poco que nos haya gustado un espectáculo, y aunque no lo ocultemos, siempre tratamos de buscar los aspectos positivos, o comentamos las reacciones de complacencia del público, pese a que no las compartamos. Creemos que no merece la pena malgastar el tiempo y las fuerzas en derribar ilusiones ajenas, pero tratamos de mantener un equilibrio para no engañar. Es nuestra opinión, pero seguro que hay otras, venimos a decir. Pero el caso es que una obra como Solas no más no hay por dónde agarrarla (por no usar otra palabra que en su significado argentino podría llevar a equívocos).


De hecho, nos hemos planteado si ni tan siquiera deberíamos hablar de ella, pues nada bueno podemos decir. Pero al final nos hemos decidido por publicar esta nota debido a la repugnancia, aunque suene un poco fuerte, que nos provocó. La obra es tan retrógrada, tan troglodita, que durante al menos la mitad del tiempo estuvimos pensando que todo era una broma y que enseguida se daría la vuelta de tuerca que pondría las cosas en su sitio (somos así de optimistas). Pero no, resulta que es así de simple.


La tosquedad de la muy deficiente serie británica Miranda parece el colmo de la sutileza comparado con lo propuesto por Jorge Acebo (también director), Matías Herrera y Javier Daulte. Por cierto, ¿es realmente Javier Daulte Javier Daulte? Nos gustaría saber que chantaje, amenaza o trastorno transitorio le ha podido llevar a mezclar su nombre en este engendro. La cosa empieza con unos vídeos que ya se hacen excesivamente largos para una obra tan corta (10 y 60 minutos respectivamente). Pero bueno, pese a ser unos discursos algo tópicos hasta pueden provocar una sonrisa. Y luego suena Björk, así que piensas que a lo mejor vas a encontrarte algo interesante.


Pero entonces empieza la obra. Dos mujeres intentando desesperadamente conseguir un hombre. Vale, suena oldfashion, pero bien llevado puede tener su intríngulis. Desde luego, no es el caso. Las dos mujeres son dos histéricas, repulsivas, patéticas. Y no sabemos tampoco por qué Eva Coscia y Natalia Moya han consentido en mezclarse con esto, un mínimo de sentido de la decencia las habría obligado a salir huyendo. Están fatal, pero es que no creemos que ni Vanessa Redgrave saldría viva del empeño. Para rematar, luego aparece Aitor Li, y el espectador piensa, no serás capaces, no se atreverán, no harán chistes sobre discapacitados. ¡Anda que no! Ni tan siquiera creo que se agarren a lo de la provocación o la transgresión, todo es tan chabacano que parece salido de una comedieta de hace cuarenta años, de esas que vista ahora provocan vergüenza ajena. Lo mismo pasa con esta obra.


Un detalle sobre la puesta en escena: en los monólogos, se apagan el resto de las luces y un foco ilumina al actor mientras declama.


Era la primera vez que íbamos al Teatro Conde Duque (nos da que tardaremos en volver), así que para terminar, algunas palabras sobre el recinto (además, irán acordes al resto de la reseña). Ya le va a ser difícil librarse de la certera calificación de Roger Salas (“un salón de actos con pretensiones”), es un espacio raro en su situación, un poco desconcertante, y una vez ya sentados, tan simple que no parece ni que haya sido necesaria la intervención de un arquitecto para planificarlo, de una sosería plena, en fin. En cuanto a la acústica, a lo mejor fue casualidad, pero se oía mejor al típico espectador que comenta las escenas más “saladas” y que se ríe estertóreamente que a las actrices.

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