jueves, 12 de julio de 2012

Hamlet (Matadero Madrid)


Se podría decir que no hay Hamlet malo. Como decía Borges, incluso de la peor representación de este clásico, se podría sacar algo de provecho. Pero, como contrapartida, un montaje redondo de “la obra de las obras” debería suponer algo así como el éxtasis para el aficionado teatral. El Hamlet de Will Keen y María Fernández Ache es clara, limpia, diríamos que didáctica. Pero también tenemos que confesar que lo que tiene de esencial, lo pierde en apasionamiento. Todo lo que vemos nos convence, pero no nos conmueve como debería hacerlo un texto de esta categoría. 

Desde el principio parecemos penetrar en el mundo de Donnellan y Ormerod. La activa escenografía de Paco Azorín es similar a la usada habitualmente por Cheek by Jowl (incluidas las sillas multifuncionales), y la segunda escena, con la rueda de prensa de Claudio es genuinamente donnelliniana.

Quizá todo eso influya para que echemos en falta la presencia de Keen también en el escenario, pero pronto Alberto San Juan esquiva todas las comparaciones. Su interpretación es tan particular que de ella hemos oído lo mejor y lo peor, y lo cierto es que no sabemos muy bien cómo valorarla. Tiene fuerza y energía, pero es cierto que a veces demasiada. Como todo en la obra, su declamación es transparente y llega muy bien al oído, pero es sabido que es fácil desbarrar con un personaje como el de Hamlet (o, en el extremo opuesto, quedarse demasiado corto). San Juan juega siempre al extremo y sobre todo en la parte final se desliza demasiado hacia el histrionismo, pero en conjunto valoramos una creación personal de gran desgaste e inventiva.

Confesamos que dada nuestra debilidad por Pedro Casablanc a priori nos temíamos que se iba a llevar la obra de calle. Sin embargo, en su primera intervención al actor se le traspapelaron las líneas y aunque supo recuperarse, quedó durante toda la representación cierta impresión de inseguridad. De igual manera, la Gertrudis de Yolanda Vázquez tiene poca presencia, solo en la excelente escena del dormitorio consigue transmitir algo de su atracción, que debería ser central.

Por otra parte, para nosotros la gran revelación de la función fue Javivi Gil Valle, que desarrolla un Polonio con gracia, coherencia y agilidad. En los mejores momentos del montaje siempre está él, y no parece casualidad. También es muy hábil la utilización de Antonio Gil y Secun de la Rosa en múltiples papeles. No tiene que ser fácil dar fluidez a su continua entrada y salida de escena, cada vez como una pareja diferente, y logran marcar las diferencias con pequeños apuntes. Mención especial para el sepulturero de Gil, que traslada a la perfección la habilidad de Shakespeare para la diversidad de tonos.

Ofelia siempre nos ha parecido un personaje especialmente difícil, y Ana Villa tiene que hacerle frente sin trucos. En la escena de su desesperación cae en los mismos embrollos que San Juan. Pau Roca y Pablo Messiez tienen los papeles menos agradecidos y no parecen capaces de exprimirlos al máximo.

Junto a la interpretación de Javivi, lo que más recordaremos de este montaje es la versión de Fernández Ache. Hamlet se ha convertido casi en una colección de greatest hits y cada espectador tiene su propia versión ideal. Lo que hay que valorar de este trabajo es su habilidad para hacer diáfano un texto tan complejo, resaltado por la labor de desescombro de Keen. La tragedia llega de una manera inmediata, casi diríamos que como un Hamlet para novatos. Pero nosotros valoramos la sencillez por encima de todo, así que no podemos menos que acoger con agrado una propuesta humilde pero que se atreve a llegar al corazón de la obra sin alharacas.  

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