viernes, 11 de enero de 2013
La Odisea (Teatros del Canal)
Después de su heterodoxa aproximación a Chéspir, El Brujo se ha atrevido con el que seguramente sea el otro gran pilar de la cultura occidental: Homero. Dicho así, y para alguien que no conozca a este actor-adaptador-productor, puede parecer tan solemne como los primeros tanteos del espectáculo. Pero no. O sí. Bueno, a medias.
No, porque en esta Odisea volvemos a encontrarnos con el mismo Brujo juguetón de siempre. La morcilla elevada a la categoría de arte, las digresiones que parecen no llevar a ninguna parte, la perplejidad continua. Pero sí, porque en menos de dos horas (por cierto, que sobra totalmente un descanso que el espectador no reclama y que no se justifica por la duración del montaje), El Brujo es capaz de contar La Odisea de principio a fin.
Como él mismo se encarga de recordar en varias ocasiones, el nivel de su público es bien alto, así que el conocimiento de la obra se supone. De no ser así, no pasaría nada, pero la versión está tan repleta de guiños, sobreentendidos y juegos metateatrales, que quedarse en el chiste de Brad Pitt sería algo pobre.
También tenemos que confesar que a nosotros la parte que más nos gusta es cuando parece que El Brujo se olvida de dónde está y se pone a contar sus cosas, como sus experiencias durante un retiro espiritual en un monasterio; pero la manera que tiene de describir historias tan conocidas como la de Polifemo o el naufragio de Ulises tampoco tienen desperdicio.
En esta función los decorados son algo más elaborados que en anteriores montajes, pero se nota la escasez de recursos y casi preferiríamos un escenario desnudo que estos apaños. También incorpora a dos percusionistas que acompañan al habitual Javier Alejano, y que combinan un toque épico con su contraposición cómica.
En el momento de los aplausos, El Brujo quiso parar las ovaciones para saludar a algunos de sus colegas presentes: José Luis Alonso de Santos, Gerardo Malla, Albert Boadella y Salvador Távora (que está en la sala de al lado “con su caballo”). Entre todos podrían formar una variada historia del teatro español de las últimas cuatro décadas, y sin duda habrá quien acuse a varios de ellos de estar repitiendo lo mismo desde hace demasiado tiempo. Quizá El Brujo no escape a este reproche, pero francamente, mientras nos lo sigamos pasando igual de bien, que le aproveche.
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