Es
habitual que ante una obra de teatro (o una película, o un libro, o
cualquier obra de arte con la suficiente riqueza creativa) cada
espectador haga una lectura completamente personal de lo que ha
visto. Con las grandes textos, como en Shakespeare, incluso el mismo
espectador hará interpretaciones divergentes cada vez que vea una
nueva función. Lo que vemos en En construcción puede ser tomado
como una historia de amor, como una obra reivindicativa, como un
ejemplo de ese género en sí mismo que es la “melancolía
porteña”, o como quince cosas más. Pero lo que queda al final (y
la última escena, no por esperada, es un golpe bajo), es un montaje
repleto de emoción.
Hay
en En construcción una escena nuclear (durante el coloquio posterior
a la función nos enteramos de que de ahí partió todo el proyecto)
en la que los dos protagonistas de la historia conversan por
teléfono. La escena es de una naturalidad, una sencillez, y a la vez
una electricidad que atraviesa a cada espectador del Teatro del Arte.
Toda la filosofía de la obra está ahí, sin llamar la atención, de
manera sutil. Como toda la puesta, las cosas parecen fluir con total
naturalidad, con una verosimilitud que hace patente que no nos están
hablando de ideas abstractas, sino que sucesos bien reales, vividos
en primera persona.
Un
ejemplo que nos fascinó en la búsqueda de este naturalismo de los
sentimientos está en la forma de hablar por teléfono de Pablo. Casi
siempre cuando se da esta situación los actores caen en una falsedad
evidente, hay algo que desvela la impostura. Sin embargo, como
durante todas sus intervenciones, Nelson Dante mantiene a un palmo
del espectador una credibilidad que le hace todavía más cercano,
más reconocible.
Y
si Dante es al acabar la obra como un amigo de toda la vida, la
creación de Carolina Román no se queda atrás. Como se dijo en el
coloquio, ambos representan el impulso de la libertad frente a los
pies en la tierra. Y qué convicción aporta Carolina Román a su
Sole. Determinación, fuerza, pero también desengaño, ganas de
volver atrás. Cuando ambos se juntan en el escenario, ni tan
siquiera harían falta los escasos muebles que forman el decorado:
allí ya se produce toda la intimidad necesaria, la sensación de
haber penetrado en su hogar, en su cotidianidad.
Dante
y Román son también los autores del libreto, que muestra una
pericia y una audacia impropios de gente sin mucha más trayectoria
profesional como escritores (la vital se les supone). La obra tiene
una estructura muy similar a la de Dos en la carretera, suponemos que
su referencia estilística, pero no se limita a copiar una fórmula
esquemática, sino que también aporta unos diálogos frescos,
reconocibles y a la vez de una elaboración muy pensada, sin que se
note el trabajo, en apariencia totalmente espontáneos.
Según
se explicó en el encuentro con el público, gran parte del mérito de
que la obra no caiga en el sentimentalismo, o en lo panfletario, o en
lo banal, líneas rojas que a veces se bordean pero que nunca se
cruzan, se debe al papel moderador de Tristán Ulloa. Su puesta en
escena evita cualquier alarde, que hubiera sido completamente
improcedente. La utilización de vídeos, imágenes y música está
siempre justificada (por cierto, hay una escena a lo Declaración de guerra fantástica). Ulloa se concentra en hacer fluir la historia,
en controlar el enrevesado discurrir de la narración para que sea
comprensible (sin caer en lo explicativo). No es poco.
Dadas
las características del proyecto se podría hablar de él como
“prometedor”, de que “habrá que estar atentos”, y esas
cosas. Pero nos parece que En construcción tiene la suficiente
calidad como para ser considerada una obra valiosa por sí misma y
que dejará huella en cada espectador que la vea. Así que, bueno,
sí, habrá que estar atentos: esperamos que la obra tenga el éxito
que se merece y que en el futuro podamos seguir disfrutando de las
creaciones de esta compañía.
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