Que
la gente es muy rara ya lo sabemos. Solo hace falta darse una vuelta
por la ciudad para encontrarse con los tipos más extraños. Pero lo
curioso es que la costumbre no acaba con la sorpresa. Sí, ya pocas
personas saben lo que es “normal”. Y los comportamientos más
estrambóticos solo nos mueven a encogernos de hombros. O a poner los
ojos en blanco en los casos más extremos. Sin embargo, cuando vemos
estas extravagancias en un libro o en una obra de teatro, tenemos que
inventarnos calificativos. Se dice que si Kafka hubiera nacido en
México habría sido un escritor costumbrista. Pero creemos que no
hay que caer en localismos: cualquier artista que pretenda ser
totalmente fiel a la verdad acabará cayendo en el más disparatado
surrealismo.
En
Continuidad de los parques Jaime Pujol juega en ese territorio
extraño, tan perturbador como hilarante, en el que la cotidianidad y
el absurdo se mezclan. La lista de referencias y epígonos, de Flann
O'Brien a Alfredo Sanzol, se podría multiplicar. Pero, como
apuntábamos, no hace falta ponerse a buscar en los libros, la vida
está llena de estas situaciones. La estrategia de Pujol es tan
sencilla en apariencia como rebuscada en el fondo. Cada situación
tiene un punto de partida anecdótico, un desarrollo imprevisible y
un final que da la vuelta a la situación. En un recorrido circular
que recuerda a La ronda de Schnitzler, Pujol irá sembrando el parque
de migas de comicidad, melancolía y una pizca de desquiciamiento que
muchas veces aparece como única posibilidad de fuga.
Para
que esta estructura excéntrica-concéntrica no quede dispersa,
Sergio Peris-Mencheta despliega una puesta en escena feliz,
primaveral. Las historias representadas son irregulares y si algunas
dan en el clavo con finura, otros se pierden en buenos planteamientos
que no acaban de rematarse. Sin embargo, nunca se pierde la
continuidad, no es una colección desmañada de ocurrencias. El ritmo
interno, la transición entre las escenas, ese fino toque que marca
la diferencia entre el acto fallido y la sorpresa gratificante, se
consiguen con absoluta sencillez. También la escenografía y la
iluminación dan perfectamente el aire de los parques de Madrid
(estamos pensando especialmente en el de las Vistillas).
Pero,
a fin de cuentas, el éxito o el fracaso de un texto como el de
Continuidad de los parques recae sobre todo en los actores. Sería
muy fácil deslizarse hacia la exageración, tratar de buscar el
humor más básico al que algunas de las situaciones parecen
encaminarse. Aunque también sería peligroso no dotar a una obra
como esta de esa necesario punto de locura que la haga plenamente
disfrutable. Gorka Otxoa tiene una gracia natural que le sale en los
momentos más inesperados y que explota al máximo cuando las
circunstancias se lo permiten. Su Truquis se llevó las mayores
carcajadas de la función, e incluso su bobo, que nos pareció un
recurso un poco facilón, tiene más fondo del que podría parecer.
Fele Martínez tiene menos participación de la que nos hubiera
gustado, pero se redime con su última aparición, ese taxista
improvisado al que dota de una humanidad que va más allá de lo que
en un principio se pensaría.
Luis Zahera tiene que recuperarse del que para nosotros es el gag más
desafortunado de la función: cierto que no puede haber parque sin
borracho, pero este monólogo incoherente es incapaz de saltar del
tópico ni tan siquiera con una vuelta de tuerca final que completa
su sentido. Además de estar perfecto junto a Fele Martínez en Luz
verde, seguramente el mejor, Zahera también borda al falso palurdo
que en realidad se las sabe todas y que acaba quedándose con el
Truqui. Roberto Álvarez aporta desconcierto en la escena de los
teléfonos mágicos y en la más disparatada de todas, la del acoso
de los bibliómanos. También es destacable que una de las historias
más divertidas sea la de los perros, la única en la que participan
los cuatro actores. En una sala tan abarrotada que parecía haber más
gente de la permitida, los intérpretes fueron saludados con
aclamaciones. Al salir del teatro empezaba lo verdaderamente extraño.
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