Uno
de los debates intelectuales más reiterados (y cansinos) es el que
plantea la posibilidad de que se pueda ser a la vez un gran artista y
una mala persona. Se trata de una cuestión de principios (¿cómo va
a ser posible que un alma corrupta pueda construir una obra que eleve
el espíritu?) frente a experiencia, pues la lista de grandes
creadores abominables no tendría fin. Visto lo visto, August
Strindberg es uno de los más destacados integrantes de este catálogo
de la infamia: sí, era un magnífico escritor, pero como persona
daba asquito. Lo cierto es que gracias a la labor de Nórdica gran
parte de la obra de Strindberg está siendo editada en español, lo
que nos permite descubrir que es algo más que el autor de Señorita
Julia;
pero por otro lado también descubrimos que vaya elemento. Por
ejemplo, en el libro de relatos Casarse
podemos comprobar que pasó de ser un progresista a favor de la
liberación de las mujeres a convertirse en un amargado misógino que
leído hoy en día hasta causa gracia de pelotudo que era. Y entonces
llega Per Olov Enquist...
Enquist
también ha vivido un cierto resurgimiento en España, en gran medida
debido a la reciente publicación de sus memorias. Además de
dramaturgo, Enquist es guionista, novelista... y uno de los mayores
expertos mundiales en Strindberg. Así que el retrato que hace de
este en La noche de las tríbadas puede ser acusado de muchas cosas,
pero no desde luego de estar poco documentado. Y el personaje que
describe no es solo misógino, sino también cobarde, soberbio,
intransigente, violento, inseguro, abusón y mucho más y nada bueno.
Por si aún había algún resquicio para el entendimiento (que lo
hay, aunque muy estrecho), Jorge Torres lo interpreta con una
crispación que encima lo convierte en un desequilibrado peligroso.
Para completar el cuadro, resulta que La más fuerte, la obra del
propio Strindberg que sin mucho éxito intentan ensayar a lo largo de
la representación, amenaza con ser falsa, pomposa y, en fin, un
bodrio.
La
noche de las tríbadas pertenece a ese género con entidad propia que
es el teatro dentro del teatro, y si el concepto parece un poco
anticuado, lo cierto es que la obra de Enquist tampoco ha superado
muy bien el paso del tiempo. Escrita en 1975 y representada en
numerosos países desde entonces, vista hoy la obra parece haber
perdido mucha de la fuerza que pudo tener en el momento de su
estreno. Aunque los diálogos mantienen la chispa, el desarrollo
dramático parece atorarse en algún momento hasta el punto de que en
la segunda parte no se detecta ningún avance, simplemente eternos
retornos a los mismos temas. Ya que el texto se estanca, José Carlos
Plaza da movilidad a la puesta en escena buscando un brío extra que
saque de la catatonia, pero lo cierto es que la obra no acaba de
fluir, como si las continuas interrupciones del ensayo que se
representa también afectaran al discurrir natural de la obra.
Como
decíamos, Jorge Torres interpreta a Strindberg sin buscarle
simpatías ni redenciones. Es un mal bicho y lo proclama con orgullo.
Hay algún momento de debilidad, alguna explicación sobre el origen
de su inquina, pero al final acaba imponiéndose el monstruo. Montse
Peidro interpreta a Siri von Essen con mucha desenvoltura cuando se
pone en plan actriz decimonónica y demuestra sin aspavientos la
santa paciencia que tiene para enfrentarse a su repudiador. Zaira
Montes es una Marie David con menos tragaderas, capaz de encararse a
Strindberg, de intentar comprenderle, y cuando lo hace, darle por
perdido. Pese al buen trabajo de Montes, es en una escena suya cuando
más evidente es el desfase de la obra. La evocación de su madre y
de su infancia es uno de esos grandes momentos teatrales de los de
poner la piel de gallina... y sin embargo no acaba de funcionar,
suena distante y ajeno. Frente a esta lejanía dramática, Óscar
Ortiz de Zárate construye un personaje cómico de gran efectividad,
todo un José Luis López Vázquez que deambula entre la perplejidad
y la camaradería, siempre oportuno en su intempestividad.
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