viernes, 5 de junio de 2015

Oraciones de María Guerrero. Confedrama (Teatro María Guerrero)

A veces nos hemos preguntado por dónde irán las nuevas técnicas interpretativas que nos esperan. Desde el estilo declamatorio decimonónico hasta el falso realismo actual (que confunde verismo con ausencia de vocalización), el estilo actoral ha ido evolucionando en busca de un mayor naturalismo que ya no parece dar más de sí. Y cambiar hay que cambiar, aunque sea por cambiar.¿Se volverá a la recitación engolada?, ¿se apostará por el hieratismo?, ¿habrá robots actores? Si nos fijamos en los grandes actores (de cine) actuales, como pueden ser Isabelle Huppert o Joaquin Phoenix, parece que se tiende a la introspección, a una manera de actuar que, como en todo arte que merece la pena, exige la participación activa del espectador, quien debe completar lo que tan solo está sugerido. Pero quién sabe.

En Oraciones de María Guerrero. Confedrama, Ernesto Caballero no se preocupa tanto por el futuro como por la historia del teatro, y más concretamente de las actrices, tan a menudo su verdadero corazón. De la misma manera que los textos, las formas interpretativas también pasan de moda, “caducan”, pero igualmente merecen un respeto: no se puede juzgar con los parámetros actuales la forma en que ejercían su oficio en tiempos pasados. Y para llegar al estado actual no se produjo una explosión cámbrica, sino que la evolución siempre ha sido gradual y pautada. Desde luego Caballero aporta todo su cariño y admiración a estas gigantes de las tablas que desde la misma Guerrero a Elena González y Ester Bellver han contribuido a hacer inmortal un arte marcado por la fugacidad.

Como decimos, hay amor y devoción en la visión de Caballero, pero no beatería. Por eso se permite experimentar con su juguete e introducir la ironía como elemento modernizador. Oraciones no es una visita guiada por un museo (o pero, un mausoleo) en la que de manera didáctica se enseña al espectador algo de historia del teatro, sino una celebración viva y carnal de la experiencia teatral, que en ningún caso debe ser fría y deferente, sino directa y peligrosa. El mecanismo elegido por Caballero es tan sencillo como eficaz: una recopilación irónica de varios textos emblemáticos del teatro español del siglo XX y la evocación de algunas de las más destacadas intérpretes de cada generación, con precisas dosis de humor y delicadeza.

En cuanto a los autores elegidos, que ya en su enumeración provocan pasmo, Caballero lo habría tenido muy fácil para buscar una sencilla parodia (y si Echegaray parce un blanco fácil, qué decir de los autores más actuales). Sin embargo ha preferido ser respetuoso con su legado, seleccionando extractos muy representativos y que a la vez permiten el lucimiento de sus actrices. Sin dar lecciones ni situarse en una posición condescendiente (incluso la incorporación de un texto propio parece apropiada), en menos de una hora el espectador puede comprobar los cambios radicales de la dramaturgia española en el último siglo. Y es que el teatro adelanta que es una barbaridad. Pero no nos engañemos, aquí lo importante son las actrices.


Para conseguir su objetivo Caballero tenía claro que debía confiar todo el éxito de la empresa en dos intérpretes soberbias, y tanto Elena González, cada vez más inspirada, como Ester Bellver, a la que hay que encorsetar para poder domarla, cumplen su cometido con gracia y genialidad. Lo de González es tanto un regalo como un reto mayúsculo, ahí es nada ejercer de médium para dejarse encarnar por Margarita Xirgu, Elvira Noriega o Concha Velasco (por no hablar de la Virgen María). Más allá de la imitación personificada, González clava cada uno de los muy diversos estilos logrando un equilibrio casi metafísico al transfigurarse por completo y a la vez marcando su propia personalidad. Por su parte, Bellver, no se limita a ser la asombrada testigo de tal pandemónium, manteniendo en todo momento actitud y saber estar. Además de demostrar con su brillante mashup que también puede transformarse en quien quiera sin solución de continuidad, cuando le llega el turno se desmelena y consigue transformar el escenario en su territorio particular. 

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