lunes, 11 de abril de 2016

Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales (Teatro María Guerrero)

Denise Despeyroux parece empeñada en demostrar que Paul Eluard tenía razón cuando dijo que “hay otro mundo pero está en este”. Sin duda, ningún medio (a falta de médium) mejor que el teatro para llevar a la práctica esta hipótesis, pero lo que debería ser si no la norma al menos una buena costumbre, se ve a menudo laminado por una falta de imaginación disfrazada de realismo. Y eso que Despeyroux tampoco desprecia los buenos frutos que puede dar un costumbrismo bien entendido, pero por suerte a menudo se deja llevar por su universo personal, tan rico y fascinante él. Porque si la verdad es que nos costaría mucho vivir en un mundo como el de Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales, mientras estamos allí de visita nos lo pasamos bomba. Se trata de un mundo que algunos definirían como de trascendencia espiritual y otros de chifladura mística, pero lo que importa es que en él impera el buen humor y la sensibilidad depurada: no podemos pedir más.

A veces la brillantez expositiva puede esconder cierta pobreza de fondo, y Despeyroux, que desde el principio nos encandila con su exuberancia expresiva y su precisión semántica (cualidad que no podemos dejar de valorar: no es tan infrecuente encontrarse con autores que no saben “escribir”), podría acurrucarse en el confortable rincón de la comedia amable y quedarse tan a gusto. Pero prefiere complicarse las cosas y llegar un poco (o mucho) más allá. En este sentido nos recuerda a Charlie Kaufman, pero sin su solipsismo pedantesco: puede crear personajes a la vez excéntricos y cercanos, moverlos por necesidades de la trama y que su trayectoria tenga una naturalidad a prueba de cualquier examen de verosimilitud, entremezclar la cotidianidad y lo extraordinario con total soltura. Y todo ello manteniendo siempre la compostura, tanto en los momentos más decididamente surrealistas y de una gracia chispeante como cuando toca ponerse serios y alcanzar la emoción.

Cecilia Freire también sabe manejar esta dualidad de una manera asombrosa: pasa de ser Andrómeda a ser Luz sin necesidad de cambio alguno, ni físico ni gestual, y sin embargo es una presencia diferente, diríamos que le cambia el aura. Precisamente lo que le pide el texto es mantener esta ambigüedad, hacer equilibrios en un alambre de incertidumbre que siempre parece a punto de quebrarse, exigida a ser ella misma siendo otra... para volver loca a cualquiera. Juan Ceacero nos recordó en su gracia natural a Gorka Otxoa. Pese a que su personaje es de esos que en la vida real causarían sarpullidos (nada menos que cantante de un grupo de pop lacaniano, ocurrencia antológica), en Los dramáticos orígenes es irresistible, una continua fuente de regocijo. No menos inspirada resulta Ester Bellver, que ya se transmutó hace poco en esta misma sala nada menos que en María Guerrero y que ahora vuelve a demostrar su facilidad para la reencarnación. Para cuadrar el círculo, Ascén López da carácter a una madre con mucho de niña, manejando a la perfección ese punto entre la locura y la razón que define todo el montaje.

Dejamos aquí unas palabras de Jung que extrañamente nos hemos encontrado justo ahora y que nos parece que se ajustan como un guante a la obra:


El profano difícilmente puede discernir hasta qué punto está influido en todas sus tendencias , sus humores, sus decisiones, por los datos oscuros de su alma, potencias peligrosas o saludables que forjan su destino. Nuestra conciencia intelectual es como un actor que hubiera olvidado que está interpretando a un personaje. Cuando la representación acaba, debe poder volver a su realidad subjetiva, pues no podría continuar viviendo el personaje de Julio César o de Otelo: debe volver a su propio temperamento, expulsado mediante un artificio momentáneo de su conciencia. Debe saber de nuevo que no era más que un personaje en un escenario, que se ha representada una obra de Shakespeare, que existe un director de escena y un empresario, cuyas opiniones, antes y después de la representación, determinan la lluvia y el buen tiempo. (Traducción de Jesús López Pacheco)

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