Denise
Despeyroux parece empeñada en demostrar que Paul Eluard tenía razón
cuando dijo que “hay otro mundo pero está en este”. Sin duda,
ningún medio (a falta de médium) mejor que el teatro para llevar a
la práctica esta hipótesis, pero lo que debería ser si no la norma
al menos una buena costumbre, se ve a menudo laminado por una falta
de imaginación disfrazada de realismo. Y eso que Despeyroux tampoco
desprecia los buenos frutos que puede dar un costumbrismo bien
entendido, pero por suerte a menudo se deja llevar por su universo
personal, tan rico y fascinante él. Porque si la verdad es que nos
costaría mucho vivir en un mundo como el de Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales, mientras estamos allí de visita nos lo
pasamos bomba. Se trata de un mundo que algunos definirían como de
trascendencia espiritual y otros de chifladura mística, pero lo que
importa es que en él impera el buen humor y la sensibilidad
depurada: no podemos pedir más.
A
veces la brillantez expositiva puede esconder cierta pobreza de
fondo, y Despeyroux, que desde el principio nos encandila con su
exuberancia expresiva y su precisión semántica (cualidad que no
podemos dejar de valorar: no es tan infrecuente encontrarse con
autores que no saben “escribir”), podría acurrucarse en el
confortable rincón de la comedia amable y quedarse tan a gusto. Pero
prefiere complicarse las cosas y llegar un poco (o mucho) más allá.
En este sentido nos recuerda a Charlie Kaufman, pero sin su
solipsismo pedantesco: puede crear personajes a la vez excéntricos y
cercanos, moverlos por necesidades de la trama y que su trayectoria
tenga una naturalidad a prueba de cualquier examen de verosimilitud,
entremezclar la cotidianidad y lo extraordinario con total soltura. Y
todo ello manteniendo siempre la compostura, tanto en los momentos
más decididamente surrealistas y de una gracia chispeante como
cuando toca ponerse serios y alcanzar la emoción.
Cecilia
Freire también sabe manejar esta dualidad de una manera asombrosa:
pasa de ser Andrómeda a ser Luz sin necesidad de cambio alguno, ni
físico ni gestual, y sin embargo es una presencia diferente,
diríamos que le cambia el aura. Precisamente lo que le pide el texto
es mantener esta ambigüedad, hacer equilibrios en un alambre de
incertidumbre que siempre parece a punto de quebrarse, exigida a ser
ella misma siendo otra... para volver loca a cualquiera. Juan Ceacero
nos recordó en su gracia natural a Gorka Otxoa. Pese a que su
personaje es de esos que en la vida real causarían sarpullidos (nada
menos que cantante de un grupo de pop lacaniano, ocurrencia
antológica), en Los
dramáticos orígenes
es irresistible, una continua fuente de regocijo. No menos inspirada
resulta Ester Bellver, que ya se transmutó hace poco en esta misma
sala nada menos que en María Guerrero y que ahora vuelve a demostrar
su facilidad para la reencarnación. Para cuadrar el círculo, Ascén
López da carácter a una madre con mucho de niña, manejando a la
perfección ese punto entre la locura y la razón que define todo el
montaje.
Dejamos
aquí unas palabras de Jung que extrañamente nos hemos encontrado
justo ahora y que nos parece que se ajustan como un guante a la obra:
El
profano difícilmente puede discernir hasta qué punto está influido
en todas sus tendencias , sus humores, sus decisiones, por los datos
oscuros de su alma, potencias peligrosas o saludables que forjan su
destino. Nuestra conciencia intelectual es como un actor que hubiera
olvidado que está interpretando a un personaje. Cuando la
representación acaba, debe poder volver a su realidad subjetiva,
pues no podría continuar viviendo el personaje de Julio César o de
Otelo: debe volver a su propio temperamento, expulsado mediante un
artificio momentáneo de su conciencia. Debe saber de nuevo que no
era más que un personaje en un escenario, que se ha representada una
obra de Shakespeare, que existe un director de escena y un
empresario, cuyas opiniones, antes y después de la representación,
determinan la lluvia y el buen tiempo. (Traducción
de Jesús López Pacheco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario